SAN SALVADOR. ¡Han visto a Maureen!… era la pregunta que su servidor le hacía a cada uno de los atletas salvadoreños que abandonaban la Villa Centroamericana y El Caribene en los autobuses camino a sus compromisos.
Son las 6:00 a.m. del 8 de agosto de 1998, primer día de competencia de la edición XXVIII de los Juegos Deportivos Centroamericanos y El Caribe, celebrados en la tórrida ciudad de Maracaibo, Venezuela.
Mi presencia en dicho cónclave deportivo como delegado de ciclismo no dejaba de preocuparme, tener la presión de mis responsabilidades al interior del equipo nacional, incluso ya afectaba mis tiempos de comida, sueño y nervios.
Abordé el autobús que me trasladó hasta la zona de Santa Rita, los 8,678 metros del puente “General Rafael Urdaneta”, sobre el Lago de Maracaibo me parecen interminables, la grandiosa estructura es la vía que une el resto del país con el occidente zuliano.
Llegué a la zona de meta, y presuroso busco a mi pupila, preocupado por no saber nada de Maureen desde la hora del desayuno, transpirando por el sol de las ocho y la humedad de la zona, finalmente la encontré.
Tranquilamente la “rubia de oro”, montada sobre su bicicleta, regresaba de reconocer el circuito en su totalidad, es por ello que a tempranas horas de la mañana Maureen Vergara se adelantaba a sus rivales, días atrás ya les había vencido, desde el sacrificio de sus estrenos, su disciplina y su valentía.
Llegó la hora de la salida. Una a una las corredoras inician el camino. Mi representada en su calidad de campeona panamericana de contrarreloj, fue la última.
Dolores Molina, de Guatemala, las cubanas Madelín Jorge y Julier Rodríguez, las mexicanas Nancy Contreras y Belén Guerrero, las venezolanas Anrossy Paruta y María Carstens, corredoras colombianas y ticas, entre otras sucumbieron ante el demoledor paso de la corredora salvadoreña, quien jamás volteó la vista hacia atrás en los 20 kilómetros de recorrido, a las orillas de lago de Maracaibo.
Roger Farell, oriundo de Trinidad y Tobago fungió como entrenador personal de la ciclista cuscatleca, dio las instrucciones vía radio.
Vigilante de la progresión de su pupila, el experimentado entrenador, supo guiar a nuestra corredora al mejor promedio. Recuerdo claramente, con voz pausada y suave, le dictaba los márgenes de carga física en los diferentes tramos programados de esfuerzo. Así fueron llevando la carrera.
Momento de la verdad
A falta de 2 Kms al arribo, Farrel cambió el tono amable y suave de su voz, ¡Go! ¡Go! ¡Go!, gritó su entrenador, ahora sus palabras convertidas en truenos, exigieron al máximo el esfuerzo final de Maureen, nuestra dama escarlata tomó los manillar de su bicicleta “Klein” especialmente diseñada para contra reloj y derramó toda su energía sobre un ardiente asfalto, atrás de ella, en el vehículo mis ojos se clavaron en el tacómetro, ¡70 kilómetros por hora! fue la velocidad del embalaje final de Maureen.
Al cruzar la meta un fuerte aplauso adornó su llegada, hecho un manojo de nervios, giro mis ojos para ver a Roger Farell, quien me dijo en tono tranquilo y seguro… “Número uno… somos los mejores”… rápidamente descendí del coche, al fondo de lejos, los gritos de ¡El Salvador! ¡El Salvador!, Sonaron como una suave canción al interior de mis sentidos.
La primera medalla en disputa de los juegos era nuestra. La misión estaba cumplida, Maureen ganó con un tiempo de 36 minutos, 54 segundos y 118 milésima de segundo.
Los cuarenta años de sequía de medallas desde Ana Mercedes Campos y el glorioso equipo de baloncesto de 1954 se habían acabado.
Eduardo “El choco” Cader miembro del comité olímpico de esa época entre otros salvadoreños, ya celebraban ruidosamente. Muy emocionado y casi al borde de las lágrimas, salió a mi paso el Ing. Enrique Molins, presidente del INDES, quien me abrazó al tiempo que agradecía mi papel como delegado.
Debido a mi gestión, Maureen pudo utilizar todas sus bicicletas para este evento, que lo comenzamos a ganar desde la mesa del congresillo técnico, cuando aprobaron el uso de velocípedos de alta tecnología en la edición XXVII de los Juegos C.A. y el Caribe 1998, los juegos del sol, allí donde brilló el temple y el coraje de nuestros atletas.
Al final de la justa Maureen Kaila Vergara se benefició por el dopaje colectivo descubierto en el equipo mexicano de ciclismo, la salvadoreña termino con dos medallas más de las previstas. Hace 14 largos años y como pasa el tiempo.
Hoy en día, Maureen Kaila vive alejada del bullicio y la algarabía de la dirigencia deportiva, perdida en el anonimato sin aspa vientos, ni gloria pasajera.
Gracias Maureen Vergara, El Salvador te lo agradece.