Luego de escribir una extenso artículo sobre el éxodo de los jugadores salvadoreños a Europa para El Diario de Hoy caí en la cuenta de un fenómeno relacionado con esta salida de futbolistas muy particular. En principio, cada pase que se concreta es celebrado como si fuera un triunfo de la Selecta, con enorme algarabía, aunque el jugador pase de jugar en un equipo grande de El Salvador a uno de Segunda División de un equipo escandinavo, cobrando apenas un poco más de lo que recibía aquí.
Lo más llamativo son los aficionados del propio club. Por ejemplo, los hinchas de Metapán están felices y orgullosos porque Andrés Flores y Lester Blanco jugarán en Noruega y Dinamarca respectivamente. Lo entiendo perfectamente porque llevo diez años viviendo en el país, pero alguien apasionado del fútbol en Sudamérica le costaría comprender dicha situación. ¿Por qué? Muy sencillo. Si en Argentina o Brasil un directivo vende a dos de sus estrellas, la afición se enfada. Y si el jugador que vende es un ídolo hasta puede que le pinten la casa o intenten incendiar la sede del club como represalia. Quizás sea un pensamiento egoísta, pero ellos se desviven por sus equipos. Aquí todo lo contrario, la gente celebra que el futbolista de su club tenga una oportunidad en el exterior sin importarle que ya no jugará más para su equipo.
Recuerdo, por ejemplo, la salida traumática de Ronaldinho del Gremio para irse a jugar al Paris Saint Germain, con mucha afición enojada por preferir la oferta del club europeo y no quedarse en el club donde se formó. Cuando el Milan vendió a Kaká al Madrid, la afición rossonera hizo una manifestación en la sede del club como protesta. Aquí, cuando surgió la posibilidad de que Fito Zelaya se fuera a jugar al León -y posteriormente al Alania- la afición lejos de enojarse con Lisandro Pohl por haberlo vendido, lo festejó. Lo vio como un progreso para el jugador y jamás midió las consecuencias de desprenderse de su máxima figura. Claro, nadie quiere cortarle la carrera a un jugador talentoso. Es más, aquí muchos fustigan a los directivos de su propio club por no dejar ir al jugador, por no facilitarle la salida, aunque la institución no reciba un centavo.
En la reciente entrevista que le hicieron a Rubén Israel en Radio 1010 de Uruguay, el entrenador explicaba a los periodistas la realidad del fútbol salvadoreño. “Allá el único equipo es la Selección, la Selecta, como le dicen allá”. Es cierto. Tanto en Sudamérica como en Europa, las pasiones las desatan los clubes. Salvo cada dos años, cuando hay Mundial o Eurocopa. De hecho, cuando el torneo de clubes se interrumpe por alguna eliminatoria se le llama “Virus FIFA”. Virus, incluso en sus acepciones modernas e informáticas, siempre está vinculado a lo nocivo.
Aquí es completamente inverso. Si hay un virus será el “Virus Apertura” o el “Virus Clausura”, porque ese vacío, esa interrupción, esa abstinencia, se produce justamente cuando no juega la Selecta. De hecho, es tan importante que arreglarán el calendario del próximo torneo para que les presten los jugadores en fechas que no corresponde para ir jugar los tres amistosos en Estados Unidos (Guatemala, Jamaica y Roma). Y estoy seguro de que si alguien propone que en el primer semestre de 1013 no haya torneo local para que la Selección se prepare a tiempo completo para el hexagonal -primero hay que clasificar, claro-, muchos estarían de acuerdo.
Y es justamente porque prevalece el amor incondicional por la Selecta es que la afición prefiere que el ídolo de su club se vaya -aún a un equipo de Kazajistán- porque en definitiva están seguros que le hará bien a la Selección. Saben que el fútbol europeo, en teoría, lo devolverá más fuerte, más hábil y más inteligente.