QUÉ HIZO
Los consejos de los padres siempre son de sabiduría, recuerdan por ahí. Y, para Aurelio Villalta, la influencia positiva de su papá, don Elman Villalta, resultó ser clave en el béisbol.
Y es que, “como a todo cipote al que lo que le gusta es el fútbol”, don Elman llevó a Aurelio a que mejor probara el deporte que a él le gustaba y en el que, sin esperarlo, brilló.
“Llegué al béisbol por iniciativa de mi papá. Él siempre ha sido entusiasta del béisbol y dijo: ‘Bueno, vamos a jugar béisbol con mi hijo”, rememora Aurelio. Y agrega que “tenía seis años, fue el año de 1978”.
Sus pininos se dieron en la Pequeña Liga de Béisbol, pasando después por la Zacamil, hasta que “los padres de varios niños se organizaron en Agabeisi, y ya para 1982 estábamos en el Grupo de Amigos del Béisbol Infantil”, relata con orgullo.
Sin embargo, para llegar a ser pítcher, el excampeón centroamericano probó en varias posiciones, hasta encontrar la adecuada: “Como todo niño que va empezando y que no agarra pelota, era un right fielder, porque es hasta donde no llegan los batazos. A medida fui evolucionando, sí fui bajando a jugador de cuadro, de primera base, y ya de ahí uno de los entrenadores de antaño, “el Grillo” Mora, dijo que sería pítcher”.
Desde ese momento, su madurez sería evidente y comenzaría a pulir su calidad de lanzador: “Fue bien difícil, porque en un deporte de conjunto las habilidades siempre florecen en unos más que en otros. Todo con la práctica, no dejábamos de entrenar con mi papá todos los días. La constancia me dio la habilidad y facilidad de jugar”, señaló.
Su trabajo iría en evolución después de estar en juveniles, hasta que en 1986 fue llamado a Selección Nacional. “De novato, uno no es bien visto, pero la entrega y la perseverancia de querer jugar o defender los colores del país lo hacen llegar ahí. Sólo el orgullo de ponerse la camisa con el nombre de El Salvador es algo grande”, manifiesta el lanzador.
Según Villalta, una convocatoria de la Federación de Béisbol a una preselección le dio el paso para ocupar un lugar en el equipo nacional, a sus 16 años (1986). Y su experiencia de entrenador desde sus 13 años, de niños cachorros, le regaló la oportunidad de crecer.
Fue así como su mayor éxito y el mejor recuerdo de su carrera lo encierra la histórica presea dorada de los IV Juegos Centroamericanos de Honduras, en 1990: “La medalla de oro es indescriptible. Un sentimiento que por orgullo a los colores patrios es complicado decirlo, pero es una alegría, satisfacción, por todo lo que luchamos, entrenamos, sufrimos”.
Los marcadores de aquella justa fueron 4-3 a los anfitriones; 8-3 a Guate; 10-1 a Costa Rica; y 5-3 a Nicaragua, en primera ronda. Después, 5-3 a Honduras, en semifinales; y 5-4 a los chochos, en la final, el resultado menos esperado de los nicaragüenses, ex campeones.
Tras este logro, afirma que no se volvió a tener otra hazaña así. Él siguió practicando el béisbol, hasta que en 2002 lo “cortaron de la selección”. “El mismo día en que entrábamos a la Villa, me dijeron: ‘No vas’ y se acabó. No me dieron explicaciones, ni razones. Y desde ahí, dejé de jugar para el país”, indicó.
QUÉ HACE
A pesar del triste momento de 2002, el ex lanzador no dio por terminada su carrera. Esto lo incentivó a seguir: “No me retiré, sino que seguí jugando en la Utec hasta 2004, pero no como lanzador, sino como bateador designado o primera base”.
Villalta dedicó tiempo, además, al estudio hasta graduarse de la Universidad Don Bosco en ingeniería electrónica. Además, supo llevar de la mano otra responsabilidad: el trabajo.
“Se me dio la oportunidad de poder estudiar en el mismo lugar donde trabajo desde hace 16 años… ya estoy inventariado”, dice con humor, y añade: “Siempre por el deporte, me dieron la oportunidad de hacer medio tiempo y estudiar. Y trabajo como encargado del área electrónica de una empresa textil”.
Según el beisbolista, realiza “desde reparaciones electrónicas sencillas, que serían una tarjeta digital de algún equipo, hasta computadoras de aplicación industrial, programaciones de computadoras industriales”, entre otros.
Comparte tiempo con sus “tres Marías”, que son su esposa e hijas, y este año ha vuelto a jugar en Gigantes (de la Liga Amigos del Béisbol), lo que para él es una “oportunidad de lanzar y me sirve para liberar estrés”, relató.
“Espero seguir lanzando hasta que me digan nuevamente: ‘Hasta aquí’, porque más que pasión es adicción. No sé cómo van las Grandes Ligas, pero sí me apasiona jugarlo”, cerró.