Desde que terminó el viernes el 2-2 ante Guyana, hinchas, periodistas, dirigentes, aficionados y hasta técnicos se dedicaron a buscar un culpable del amargo empate en el Cuscatlán. Algunos hasta parecían “agazapados” esperando que tropezara la Selecta. Esto, como si los múltiples factores que tiene el fútbol dependieran de una sola persona y no de un cúmulo de decisiones y circunstancias, además de los imponderables de este deporte, simbolizados en este juego en el precioso remate de Jaime Alas que pegó en el travesaño.
Pues coincidieron varios factores, empezando por uno que se dio hace exactamente dos meses. Cuando Rubén Israel decidió irse a dirigir a Libertad de Paraguay por el doble de plata y haciendo uso de una cláusula de su contrato, no le importó dejar la Selección en medio de una eliminatoria. Aprovechó la coyuntura, el grave desacierto de la Chelona Rodríguez de”congelarle” el salario (finalmente lo “descongeló” la FESFUT y se le pagó) y el uruguayo se fue como “víctima” aunque estaba muy lejos de serlo. Alguna vez deberían hacer autocrítica los integrantes del ya extinguido CESEN por esta cláusula en el contrato del técnico y también, por qué no, por decidirse traer a un entrenador como Israel. Desde aquel momento se sabía que quien lo sucediera en el banco no iba a tener ni tiempo de trabajo ni margen de error. Un punto en dos partidos dejado por el DT charrúa no permitían ni un paso en falso como el que se dio el viernes. Juan de Dios Castillo fue nombrado hace poco más de un mes y apenas dispuso de un puñado de entrenamientos con el plantel completo.
Ante Guyana, Castillo innovó y se equivocó en la posición de algunos jugadores. Eso quedó claro tras los 90?. Cerén, Cheyo y Burgos, los casos emblemáticos. Y también tardó demasiado en hacer los cambios, sobre todo el ingreso de Romeo Monteagudo en el minuto 92, cuando lo que menos se necesitaba era enfriar el juego y sumar otro defensor. Pero recargar todas las culpas en un entrenador recién llegado no parece lo más equitativo ni justo.
Tampoco los jugadores respondieron en el campo de juego. Dejaron el alma en la cancha y hay que reconocerlo. Pero con eso no se gana y la mayoría estuvo por debajo de su nivel, a pesar del esfuerzo.
Chances quedan y eso se lo debe la Selecta a México. Gracias a Dios, la Azul tiene más oportunidades y sigue dependiendo de si misma. Pensar en un resultado favorable en Guyana y que México pueda volver a derrotar a Costa Rica en el Azteca, no es algo descabellado. Y si así se da, el partido decisivo sería el del Cuscatlán ante los ticos, el 12 de octubre. Allí sí, estaría en juego la última vida de la Selecta en esta fase de grupos. Por el momento, y a pesar de todos los errores, soñar con la hexagonal… no cuesta nada.