No podía faltar. La distancia tan corta, un domingo y un sueño unieron a varios aficionados salvadoreños que se dieron cita ayer al estadio de Petapa, para contagiar de buenas vibras a la Azulita.
Varios, padres de familia de los chicos; pero otros, amor puro a las selecciones nacionales. Ese fue el grupo que alentó de principio a fin a los juveniles. Esos que desde tempranas horas estuvieron sentados en los palcos del Julio Armando Cobar, con las camisetas infaltables de la selecta y sus banderas.
Pero sacaron la emoción cuando el equipo saltó al pasto sintético, y aplaudió, gritó, tocó trompetas y pitos, para que los nacionales se dieran cuenta de que no estaban solos.
Los mismos juveniles los observaron y los aplaudieron, sabían que pocos, pero seguros, tendrían respaldo de todo un país presente o en la distancia.
Cada jugada de peligro cuscatleco, despertó los ?¡huy!?, ?vamos que se puede?, de los hermanos salvadoreños, que ansiaron el triunfo, pero se fueron con las manos vacías.
A pesar de eso, los nacionales se entregaron y tuvieron ese respaldo fiel del llamado siempre ?en las buenas y en las malas?.