A mitad del período presidencial de Sánchez Cerén el país registra más de catorce mil muertos por la violencia, lo que el mandatario marca asistiendo a las exequias de Fidel Castro.
Los mismos dirigentes del partido oficial han reconocido que Castro fue quien entrenó a los miembros de la exguerrilla en los años 80 en lo que luego aplicaron: destruir, matar, atemorizar, extorsionar y romper el orden de leyes.
No es casual que ese mismo infernal entrenamiento lo hayan hecho suyo las pandillas, con las mismas consecuencias de aquel entonces: familias enlutadas, jóvenes embrutecidos que perdieron su futuro, un grave retroceso en el desarrollo humano y económico de El Salvador, la perspectiva de hundirnos en las cavernas dada la terquedad de los duros del partido de aplicar en este suelo “el modelo cubano”.
La actual y espantosa carnicería pudo haberse evitado si hubieran tenido un mínimo de previsión, si hubieran proyectado lo que serían las consecuencias de sus actos. Y la primera e increíble muestra de ceguera fue la supresión de la Guardia Nacional en vez de reformarla y depurarla, lo que de inmediato dejó el territorio, ciudades menores, poblados y la campiña, sin protección.
A ello se agrega el segundo descomunal error: la supresión de Educo para, como ya lo dijimos, hacer del gremio magisterial un rebaño sujeto a la reglamentación efemelenista.
Educo era un programa muy premiado que unió a escolares, maestros, padres de familia y comunidades en un esfuerzo de mejoramiento, ayuda mutua y, como ahora se puede ver, defensa frente a las amenazas que ya iban surgiendo.
De allí los “puntos de asalto”, las bandas formadas por grupos desmilitarizados y la formación de las pandillas.
Cuando la ley y el orden se pierden, ese vacío lo ocupan de inmediato los fuera de la ley, los malandrines, la anarquía.
La Nación dividida en clases:
de los encumbrados al resto
Se dice que los totalitarios nunca aprenden, lo que les hace cometer una y otra vez los mismos errores. Y el grave error que se repite sin cesar es poner en manos del mismo grupo fracasado la tarea de encarar la violencia y las pandillas.
Nada de buscar asistencia externa, asesorías, refrescar equipos, incorporar a la lucha contra la barbarie delegaciones policiales del exterior, como cuando estuvo enseñando y adiestrando una excelente misión francesa.
No. Los mismos son los encargados. Hace muy pocas semanas presentaron, con enorme desencanto de la gente pensante del país, al comité de seguridad donde no había ni caras frescas ni, lo peor, figuras de algún relieve profesional o cívico.
La postura es una señal de desdén hacia todos los salvadoreños que no militan en las filas del partido oficial. No hay capacidades técnicas, o culturales, o experiencias, o ejecutorias que valgan, lo que de hecho divide a la sociedad entera, ante sus ojos, entre gente de primera clase, una especie de aristocracia surgida de calenturas mentales, y el resto, los que de seguro deben también separar en clase B, clase C, clase D y así hasta los más humildes de los humildes.
Que ellos mismos no están tan seguros ni de sus militantes lo comprueba lo que confesó el señor Medardo: hay que lavarles el coco una y otra vez.