Comprendo las muestras de pesar, la retórica en los discursos sobre “la continuidad de la revolución” y la orfandad ideológica de los allegados a Fidel Castro, por el símbolo viviente que representó el patriarca de la izquierda más dura latinoamericana. El juego de imágenes que emanó desde Cuba me recordó, sin haber tenido nunca la Isla bajo Fidel la bonanza económica que desde hace unos siglos existe en los estados sureños estadounidenses, al clásico cinematográfico “Lo que el viento se llevó”. En mi caso, me apego a lo que expresaba un autor espiritual de nuestros días, de que “si no tienes algo bueno que decir de alguien, no digas nada”. Es señal de respeto hacia su muerte.
El deceso de Fidel Castro representa para mí el final de una era.
Si bien es verdad que su presencia era ya esporádica, producto de su enfermedad y de su edad, la influencia sobre su hermano Raúl y sobre sus allegados en la región latinoamericana continuaba presente. Queda a su muerte un “modelo” de gobierno fracasado que intentó reinventarse con el “Socialismo del Siglo XXI”, tras la debacle del “Socialismo real” que impulsó el siglo anterior la extinta Unión Soviética. Tan clara es la debacle en Venezuela –increíble cómo pudieron empobrecer a un país tan rico en recursos naturales por el sueño de Chávez de exportar “la revolución” vía petrodólares–, que sepultado quedó dicho sueño, de manera formal esta semana, en Santiago de Cuba.
Tras el desplome de los precios de los commodities que tanto ayudaron a los gobiernos de izquierda latinoamericanos durante la década pasada, el precio del barril de petróleo entre ellos y por no haber un proyecto político sostenible para gobernar con eficiencia un país, sino que de “pura lana” como dirían los mexicanos, pasó lo que suele suceder cuando se derrocha el dinero a mansalva: pues que el motor del auto continúa encendido hasta que se le termina la gasolina. “El faro” que para los revolucionarios iluminaba, vino apagándose de forma gradual. La muerte del patriarca de la izquierda latinoamericana y su sepelio convierten de manera literal a ese proyecto en un faro sin luz.
A excepción de los principios y valores, todo lo demás evoluciona en esta vida, por lo que la región latinoamericana se encuentra ya desde hace algún tiempo en claro reseteo político. Argentina es el ejemplo más claro, pero también la misma Venezuela donde la oposición arrasó al chavismo en las urnas –otra cosa es que se aferre al poder con las uñas el régimen de Maduro, temiendo lo peor al dejarlo–; Brasil, etcétera. Son importantísimas cuotas de poder que ha perdido la izquierda latinoamericana, dejando demandas insatisfechas entre la población –cuando no catástrofe humanitaria como la de Venezuela– y niveles insospechados de corrupción, como por ejemplo los hallazgos de la operación “Lava Jato” en Brasil.
La corrupción, como de manera tan triste viene observándose en el “Triángulo Norte” de Centro América, no es patrimonio de izquierdas ni de derechas, pero con figuras como las de los “boliburgueses”, tan bien documentados por los venezolanos en el exterior, han podido observarse estilos de vida de la noche a la mañana que ni en generaciones de trabajo podrían haber sido construidos, menos despilfarrarse así. Porque no fueron construidas fortunas en Silicon Valley ni en la nueva economía, sino estilos de vida sufragados con negocios vinculados a erarios de los países. Este es el cáncer que carcome nuestra institucionalidad democrática por los costos visibles como no visibles de la corrupción.
Como lección aprendida para el rescate nacional es necesario un proyecto político incluyente con quienes quepan en una visión de servicio hacia la ciudadanía, jamás al revés; que genere la confianza y la estabilidad necesaria para buscar el crecimiento económico, proveer seguridad física y jurídica, y continuar fortaleciendo nuestra institucionalidad democrática, teniendo siempre presente que el bienestar del ser humano es la razón esencial del servicio público y que en nuestro país la mayor parte de nuestros hermanos la están pasando muy mal.
El 2017 será año preelectoral.
*Director Editorial
de El Diario de Hoy.