El ministro estaba concentrado en el menú. Se le hacía agua la boca pensando el suculento platillo de carne que ordenaría para su almuerzo. Ya era algo tarde, había pasado toda la mañana en reunión con otros colegas funcionarios, uno de ellos lo acompañaba en su almuerzo.
-Óscar, ¿qué vas a ordenar? –preguntó el ministro, quien siempre indagaba qué es lo que iban a ordenar las personas que lo acompañaban, no fuera a ser que la opción de ellos estuviera mejor…
-Un vaso con agua –contestó lacónicamente Óscar.
-¿“Un vaso con agua”? –preguntó sorprendido el ministro-, pero ¿por qué? Si hay tantas cosas ricas en el menú, ¿por qué no pedís carne?
-Pues, porque no hay.
-¿Cómo que “no hay”? –preguntó el ministro.
-La respuesta es larga –contestó Óscar entornando los ojos-, empezó en los ochenta, cuando ajusticiamos a las primeras vacas por oligarcas y le hicimos guerra a los propietarios de haciendas, ahí se redujo de forma importante el hato ganadero salvadoreño; siguió cuando Napo Duarte implantó la reforma agraria, luego…
-Sí –interrumpió el ministro, algo molesto, porque no le gustaba que lo importunaran con detalles históricos durante el almuerzo- ya me acordé, pero todos estos últimos años luego de los “acuerdos de paz”, había carne. ¡Iba al súper y me encontraba de todo!
-Claro –prosiguió Óscar- era carne importada y, además, eso fue antes de que regresáramos al colón ¡Ahí todo se fue al traste! La gente no lo sintió al principio, ya que como estábamos dolarizados, había suficientes reservas de dólares en el Banco Central, pero a medida que fueron pasando las semanas, el cambio de colones por dólares se empezó a disparar. Su colega, el ministro de Hacienda, entró en pánico porque, a pesar de que la gente continuaba pagando impuestos en colones, estos ya no ajustaban debido a la inflación, ya ni para pagar a los cuarenta y cinco mil compas en el gobierno nos alcanzaba. Si te recordás, ahí fue donde se nos ocurrió la gran idea de imprimir más colones, entonces los precios…
-¡Vaya, ya! –interrumpió el ministro algo molesto- qué aburrido tu discurso, ya sonás como que fueras Fusades, ¿y al final de cuentas, qué tienen que ver los colones y los dólares con la carne? como que a las vacas les importara…
-Pues a las vacas no, pero a los empresarios sí. Debido a la inflación sin control que siguió a la masiva impresión de colones, el ministro de Economía presentó a la Asamblea Legislativa un proyecto de ley para garantizar la “soberanía popular alimentaria”, lo que se trataba era de un control de precios para la carne y otros productos de la canasta básica. Con eso –se supone-, íbamos a garantizar que “todos y todas pudieran comer carne una vez a la semana”. Logramos que ARENA apoyara la iniciativa ofreciéndole un cargo de no sé qué magistrado suplente en una Cámara de Segunda Instancia en Chalatenango; los partidos chiquitos nos salieron mejor, les dimos unos vales de gasolina. Así la ley fue un hecho, pero con precios controlados, ya nadie quiso importar carne. Nos comimos las pocas vacas locales que quedaron luego de la crisis del agro y ahora hasta las gallinas indias se nos esconden, ¿o por qué crees que estoy pidiendo un vaso con agua? No es porque estoy a dieta precisamente…
El ministro en ese momento se preguntó por qué lo había invitado a almorzar, mejor hubiera invitado aquel otro funcionario que nunca le llevaba la contraria porque quería correr por la guayaba para 2019, así que suspiró hondo y siguió con el tema.
-Pero sigo sin entender eso de los colones –dijo el ministro-, si bien bonitos nos quedaron los nuevos billetes de mil colones con la imagen de Monseñor Romero, ni se diga los billetes de quinientos colones con la de Rutilio Grande o las monedas de cien colones con el perfil de Fidel. ¡Chulada de tiraje que hicimos!
-Sí, pero lo bonito de los billetes no hacen fuerte a la moneda sino las reservas de divisas internacionales, ¡ni en Esquipulas agarran colones ya! –dijo Óscar ya concentrado en el menú recordando los buenos tiempos cuando había dólares; decepcionado, notó que el restaurante solo ofrecía deliciosos “platillos tradicionales a base de yuca” para sustituir la carne y el pollo que escaseaban por la inflación. Resignado, hizo un ademán para llamar a la mesera y le dijo: Señorita, nos regala dos vasos con agua por favor –agregando en voz bastante baja para que no lo escucharan los de la mesa de a la par- pero que no sea de Anda… ya no cloramos el agua del Lempa porque ni para eso nos alcanza…
*Abogado, máster en leyes.
@MaxMojica