La pérdida de la vergüenza

Es un requisito para entrar al exclusivísimo club de las colas pateadas, una especie de sociedad secreta (o suciedad secreta) en que el solaparse mutuamente irregularidades fiscales y otros amaños es la actividad principal.

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Rodolfo Zelaya celebra uno de sus tres goles ante Sonsonate.
/ Foto Por Marlon Hernández

Por Cristina López*

2016-12-11 6:30:00

En vista de que últimamente se está poniendo de moda buscar fondos perdidos (y encontrarlos en lo más profundo de las cuentas bancarias de funcionarios, amigos, prestanombres, maletines negros, y múltiples etcéteras), deberíamos establecer una comisión que busque también algo sumamente valioso que se ha perdido en nuestro país: la vergüenza en los funcionarios públicos.

No, no la inocente que causa sonrojos. Hablo de la vergüenza como aquello que turba el alma cuando se hace pública una acción propia deshonrosa. La que quema por dentro y que funciona como mecanismo de disuasión que hace que muchos se abstengan de seguir sus propios impulsos. Esa, la han perdido muchos de nuestros funcionarios salvadoreños. El ejemplo perfecto es el del recién estrenado presidente de la Asamblea Legislativa, el diputado por GANA Guillermo Gallegos, que, en teoría y según la manera que hemos decidido separar los poderes en nuestra república democrática, es una de las más altas autoridades en nuestro país y el encargado de dirigir a la legión de representantes que hablan por nosotros a través de sus posiciones en la legislatura. Cuando luego de una investigación periodística el periódico digital El Faro le preguntó sobre el casi medio millón de dólares del erario nacional que habían ido a parar a una oenegé de su esposa (una decisión que contó con el respaldo legislativo del diputado, antes de que fuera presidente), Gallegos se lavó las manos con un “desconozco”.

No que haya ilegalidad, pero el conflicto de intereses es palpable y repugna, más si se le agrega que la oenegé no puede comprobar los resultados de los miles de dólares públicos invertidos en ella. Con independencia de si su esposa sigue o no en la organización, uno esperaría por lo menos que la vergüenza hubiera actuado como mecanismo y que el diputado se hubiera aunque sea abstenido. O que el resto de diputados hubieran señalado el conflicto de interés. Pero nadie lo hizo. La pérdida de la vergüenza entró en efecto y se repartieron los fondos. Y cuando se compara con la manera en que opera la vergüenza en los funcionarios de otros países, dan ganas de llorar. En 1995 en Suecia, la viceprimer ministra Morena Sahlin renunció, inmediatamente, luego que se descubriera que usó su tarjeta de crédito oficial para comprar… ¡dos barras de Toblerone! Esta es la vergüenza inexistente en funcionarios salvadoreños cuando se revientan viáticos provenientes del esfuerzo del contribuyente en tiendas de lujo en sus viajes oficiales, tal y como reveló la revista digital Factum acerca del exfiscal Luis Martínez.
 
Y uno pensaría que si algunos de ellos no tienen vergüenza, quizás los restantes funcionarios (diputados, o quienes les llevan la contabilidad) tendrían la vergüenza donde se debe y dirían algo para parar semejantes descaros. Desgraciadamente, también quienes les rodean han perdido la vergüenza. Es un requisito que se exige como entrada al exclusivísimo club de las colas pateadas, una especie de sociedad secreta (o suciedad secreta) en que el solaparse mutuamente irregularidades fiscales y otros amaños adyacentes a la ilegalidad es la actividad principal. La solución es que si ellos ya perdieron del todo la vergüenza, que por lo menos nosotros como electorado la conservemos y la usemos para no volver a darles nuestro voto.
  

*Lic. en Derecho de ESEN 
con maestría en Políticas Públicas
de Georgetown University.
Columnista de El Diario de Hoy.
@crislopezg