Sigue en el mismo lugar, tejiendo un mantel amarillo con rojo, que le encargaron hace varios días. Es la misma Ana Mirian, la anciana ciega, humilde y valiente, que pocos conocían hasta que su testimonio fue publicado en El Diario de Hoy; y este lunes decenas de personas se acercaron a ella para saludarla y ayudarle.
“Tengo que entregarlo para el viernes, ya que una señora me dijo que lo necesitaba para esa fecha”, dice Ana Mirian, mientras resguardaba su maleta inseparable, contra las rejas en las que estaba acomodada.
Su faena es interrumpida por varias personas que han llegado al lugar para saludarla, bomberos, estudiantes, automovilistas y peatones, quienes le ofrecen ayuda de acuerdo a sus posibilidades.
Ella les responde todas las interrogantes y los despide con una frase que nace de su corazón : “Dios le bendiga queridos hermanitos y ojalá vuelvan pronto para platicar”.
Luego sigue su trabajo. Tiene las manos arrugadas por el paso del tiempo, el tiempo también le desarrolló la habilidad para manipular las agujas de croché.
Este día fue diferente para ella. Su viejo teléfono que casi nunca sonó, esta mañana de lunes ha tenido más llamadas que una cabina radio.
“Aló … con quien tengo el gusto de hablar ….. si soy yo Anita Mirian su servidora…
Aquí estoy abajito de la parada de buses, frente a los cines … Yo vengo todos los días desde las siete de mañana y me voy al mediodía … Si yo soy la tejedora y ciega que apareció en el diario …. Aquí los espero, que Dios los bendiga por hablarme mis hermanitos. Adiós”, dice la tejedora ciega.
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Hoy, como todos los días, le dio gracias a Dios por haberle permitido vivir un nuevo día, a pesar de todos los obstáculos que encuentra en su vida cotidiana.
Como el inconveniente ocurrido el viernes pasado, cuando se dirigía a Coatepeque, en Santa Ana.
“No se imagina lo que me ocurrió el viernes… no sé porque razón cuando íbamos en el bus, sobre la autopista, nos dijeron a todos los pasajeros que nos bajáramos ya que la calle estaba cerrada. Mi corazón empezó a latir muy fuerte, ya que nadie me orientaba en que lugar nos encontrábamos, por más que lo intente nadie de los otros pasajeros me ayudó.
Sin embargo, gracias a Dios, luego de más de 25 minutos de estar de pie, y sin que nadie me auxiliara, a pesar de mis llamados, una muchacha, me tomó de la mano y caminamos varias cuadras, y me subió a otro bus que me llevara hasta Coatepeque. Así pude llegar a mi destino, superando todos los obstáculos que cada día debo vencer”, narra Ana Mirian.
Apenas tuvo tiempo para contar el susto que llevó porque alguien más ha llegado a verla motivado por su testimonio.
“Me siento muy agradecida con todos los hermanitos que me han ayudado, aunque me siento muy alegre con todo su apoyo, me gustaría que cuando pase de moda esta noticia, siempre las personas se acerquen a platicar conmigo para hacerme compañía, y así podamos hacernos amigos”, dice con voz entrecortada.
No importa si ha tenido varios inconvenientes durante el día, para llegar a su destino o si ha recibido las bendiciones de las personas que le han ayudado, ella nunca pierde su sonrisa y optimismo.
“Tenga o no tenga dinero mis ánimos siempre son los mismos, ya que puedo respirar, caminar, y tejer mis manteles para venderlos. Además, le pido a Dios que me ilumine para administrar lo que me han regalado”, manifiesta con la sinceridad característica de los infantes.
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Ana Mirian asegura que responderá a todas las personas que le han ayudado o han sentido cariño por ella al leer su testimonio a través de la fórmula que le ha ayudado toda su vida: la oración.
“Todos los días rezará por esas personas”, expresa.
La tejedora ciega pasará estas fiestas tejiendo otro mantel para obtener algunas monedas y para cumplir otros de sus deseos: alquilar un cuarto para poder tener más independencia y un lugar en el que guardar sus pocas pertenencias.
Gracias a la bondad de los salvadoreños, ahora tiene la capacidad de poder comprar los dulces que desea vender en un canasto pequeño.
Esas personas altruistas que le están ayudando “me las imagino con un gran corazón, sin importar su físico, lo importante es que tienen el deseo de cumplir la palabra de Dios que dice que hay que ayudar al prójimo”, dice Ana Mirian