Navidad es una fiesta esperada por todos. La alegría de su celebración es evidente en todos los ambientes. Meses antes el mundo se sumerge en una vorágine de mercado donde abunda la oferta y la demanda. Todo esto es aceptable, lo malo sería olvidarse del verdadero significado de la navidad. En ella celebramos el cumplimiento de las profecías mesiánicas, que es el “Amor de Dios entre nosotros”. Hay quienes la celebran al estilo pagano convirtiéndola en un desenfrenado consumismo y materialismo sin tener en cuenta el sentido espiritual. Jesús nace para la humanidad que busca libertad y paz; nace para un mundo sediento de esperanza. El humilde pesebre nos habla de humildad, pobreza y amor.
Las fiestas, regalos, cánticos y villancicos son una realidad que conviene conservar, pero navidad no es solo eso, es algo más. Se nos pide centrar nuestro corazón en el misterio de salvación que celebramos. ¡Sería muy triste hacer consistir la navidad en exterioridades! Dice la Palabra de Dios: “Donde está tu tesoro, allí está tu corazón” (Mat.6:21). Ante esta palabra nos preguntamos ¿dónde está nuestro corazón? ¿En los regalos, las fiestas, las comidas, las exterioridades? Nos conviene profundizar en la grandeza de este misterio. El Papa Francisco nos dice: La Navidad “no se trata solo de algo emotivo, sentimental; nos conmueve porque dice la realidad de lo que somos: somos un pueblo en camino, y a nuestro alrededor –y también dentro de nosotros– hay tinieblas y luces. Y en esta noche, cuando el espíritu de las tinieblas cubre el mundo, se renueva el acontecimiento que siempre nos asombra y sorprende: el pueblo en camino ve una gran luz. Una luz que nos invita a reflexionar en este misterio: misterio de caminar y de ver”.
Hay fiestas navideñas donde todos reciben un pequeño regalo, y el festejado que es el mesías Dios, queda por fuera y ni siquiera se le nombra. Este niño a quien contemplamos en la ternura de un recién nacido, es el mesías prometido, el esperado de las naciones, el maestro y profeta que morirá en una cruz y resucitará gloriosamente. San Pablo nos dice que ante ese nombre se doblará toda rodilla en el cielo, en la tierra, y hasta en el infierno. Hay quienes borran este nombre hasta de sus vidas. ¡No saben lo que hacen! tienen una gran pobreza espiritual y se privan del gran tesoro que tenemos: El mesías Dios. No entienden que la navidad es un hecho decisivo de la salvación.
Dice San Lucas que cuando Jesús nació en Belén, unos humildes pastores escucharon a los ángeles cantando ¡Gloria a Dios en el cielo y en la tierra paz a los hombres que ama El Señor! Para muchos este mensaje no tiene validez, les parece un absurdo. La paz verdadera viene de lo alto y solo los humildes la entienden. Debemos preguntarnos si debemos seguir esperando la paz y la seguridad que nos pueden venir de los poderosos del mundo cerrando nuestros los oídos al mensaje celestial. El Reinado del emperador Augusto César desapareció, el reinado de Dios sigue presente y no tendrá fin. San Lucas tiene mucha razón cuando nos dice: “Cuiden de ustedes mismos, no sea que la vida depravada, las borracheras o las preocupaciones de este mundo los vuelvan interiormente torpes y ese día caiga sobre ustedes de improviso…” Lucas 21, 34. Que tengan unas Felices Pascuas de Navidad.
*Sacerdote salesiano