Se acaba el año y todo el mundo anda pensando en los propósitos de mejora personal y familiar para el año siguiente: adelgazar, dejar de fumar, hacer ejercicio; leer, estudiar y gozar más; beber, comer, vituperar y pecar menos, para comentar los más usuales. Algunos los dicen abiertamente; otros no. Pero todos los pensamos. Les deseo suerte a todos en el intento por pasar del deseo a la acción.
Siempre he sostenido que manejar un carro (todos sabemos que me refiero a “conducir un coche” como dirían los ibéricos) es una de las actividades más complejas que desarrollamos los humanos. No se trata de simplemente apretar pedales, girar el timón y cambiar velocidades. Se trata de tomar decisiones responsables en segundos. ¿Paso o no paso? ¿Paro o sigo? Se trata de resolver problemas prácticos de física: la velocidad a la que yo me desplazo, ¿me permitirá rebasar al auto que tan lento se desplaza delante de mí en la carretera? ¿Podré hacerlo antes de encontrarme con el otro que viene en sentido contrario? Se trata de leer las expresiones faciales y corporales de los otros conductores y anticipar si respetará el alto o acelerará temerariamente para tratar de pasar al último segundo.
Y hacer todo esto mientras se atiende, se procesa y se responde a una serie de estímulos sociales diversos. ¿Qué canción es ésa?¿Cómo un locutor puede decir tantas tonterías en tan poco tiempo? ¡Qué pícaro mensaje el de esa valla publicitaria, pero qué bonita foto! Si agarro por otro camino… ¿evitaré la trabazón que anticipo adelante? – ¡No’mbre! ¡Qué sinvergüenza! -¿Eso te dijo? -Y vos, ¿qué le contestaste? Si, además, quien conduce quiere también maquillarse o depilarse las cejas, atender llamadas, leer correos electrónicos o escribir mensajes en el chat de su teléfono celular, es el acabose.
La conducta de manejar es compleja, repito, pero creo que para autorizar permisos de conducir, los siguientes requisitos resultan suficientes: ser mayor de edad (para asumir responsabilidad legal por sus actos al volante), ver bien, conocer y entender el reglamento de tránsito, saber leer las señales y no presentar un retraso intelectual evidente. Digo esto porque he leído con estupor la noticia que nos informa que el VMT está considerando incluir “exámenes psicológicos” como requisito para expedir la licencia de conducir desde el próximo año. De entrada, informo que “exámenes psicológicos” existen de todo tipo. La validez y fiabilidad de los mismos varía enormemente, y su precio en consecuencia. Lo peor: dudo mucho de la “validez predictiva” que puedan tener para este fin y, por tanto, de que puedan ser de alguna utilidad para este tema.
Flaco favor le harán a la sociedad en general si persisten en tal despropósito: incrementarán el precio de la licencia, incrementarán los trámites para obtenerla, incrementarán las ocasiones para la ineficiencia estatal y para la corrupción y, lo peor de todo, no solucionarán el problema que supuestamente quieren corregir. En la investigación científica, el “principio de parsimonia” indica que los problemas deben solucionarse de la manera más simple posible. Conseguir que todos los conductores respetemos el reglamento de tránsito es la manera más sencilla de hacerlo. Aplicar inteligencia al flujo de vehículos es la otra condición que se me ocurre. Esta segunda requiere de experiencia, honestidad e inteligencia de quien lo intente. Ojalá haya alguien en el VMT con la formación suficiente para detener este despropósito de año nuevo.
*Sicólogo y colaborador
de El Diario de Hoy