El fiscal a cargo de la investigación de los delitos graves en Honduras, Ricardo Castro, señala que las autoridades no deben salir a las calles a “corretear a las pandillas”, sino que tienen que combatirlas con “inteligencia”.
Esto, según él, se logra haciendo investigaciones sólidas para tener sustentos procesales y penales que garanticen que los delincuentes no serán absueltos en los tribunales.
De hacer lo contrario, dice, las autoridades quedarían en “ridículo” y los delincuentes “ganarían puntos” porque se burlaron de la justicia.
“Si algún jefe de Policía piensa que enfrentar a las maras es estar detrás de un escritorio, pues, se equivoca. No podemos andar con paños tibios”, expresa Castro.
Sin embargo, este parece ser uno de los principales problemas que ocurren dentro de las corporaciones policiales de la región.
Hasta el 21 de octubre pasado, Marvin Barahona trabajó como policía clase III en Honduras.
Los 31 años en la institución le permitieron conocer las limitaciones y los riesgos que enfrentan los agentes en un país que, hasta hace unos meses, figuró como el más violento del mundo.
El expolicía -quien además es abogado y tiene estudios sobre criminología- decidió retirarse de la institución porque tiene otra aspiración: convertirse en alcalde de San Pedro Sula, la ciudad industrial de Honduras.
Barahona considera que en las Policías del Triángulo Norte hacen falta líderes, ya que “la mayoría de jefes policiales hace su trabajo desde el escritorio”, no en la calle junto a los agentes del nivel básico.
Esto, según él, impide que quienes dan las directrices conozcan los problemas de hay en las comunidades y eso equivale a no ejecutar planes policiales efectivos.
“A los lugares más conflictivos mandemos al oficial primer lugar de una promoción; pero no: lo mandamos a cuidar al presidente, por eso no tenemos respuesta… Mandemos a ese primer lugar a donde está el problema, al peor lugar, porque ese tipo es brillante y lo va a cambiar”, opina Barahona.
Él también cree que las plazas de jefes policiales deberían someterse a concurso para evitar que estas se otorguen por acuerdos políticos o por compadrazgo.
Barahona considera que otros problemas que comparten los agentes de la región son los bajos salarios, las carencias de equipo y las malas condiciones en las que hacen su trabajo, así como la inflexibilidad de horarios.
El exagente cuenta que un policía en Honduras inicia su turno un viernes a las 7:00 p.m. y lo termina el lunes a las 4:00 p.m. El martes debe presentarse a las 7:00 a.m., Pero si vive a 10 horas de San Pedro Sula debe quedarse a dormir en la base policial.
“Hay una desmotivación terrible en las Policías del Triángulo Norte, vamos a empezar a bajar la criminalidad motivando al recurso humano. Se debe pensar en trabajo + motivación = resultado. El crimen está ofertando al policía…”, dice.
El último lugar donde Barahona prestó servicio fue en la Policía Comunitaria de Chamelecón, un suburbio del departamento de Cortés, catalogado como uno de los más violentos de Honduras.
Sin embargo, desde hace varios meses, los índices delictivos han empezado a bajar. Los resultados han sido atribuidos al trabajo de organizaciones que previenen la violencia, al despliegue de la Policía Comunitaria y al acompañamiento de los pobladores en estas iniciativas.