La noche del viernes 4 de noviembre, Cleveland recibió a la candidata demócrata Hillary Clinton, en un evento amenizado por Jay-Z y Beyonce. Las luces, el sonido y todo el montaje fueron dignos de estos afamados artistas.
Las cosas fueron un tanto diferentes para Hillary la tarde del sábado. El parque C.B. Smith, en una pequeña localidad del sur de la Florida, llamada Pembroke Pines, fue el escenario de uno de los últimos mítines antes de las elecciones. En el lugar no había nada sofisticado. A Clinton la esperaba un descampado con un sencillo escenario que transmitía un mensaje clave: “Vota temprano”. Y es que ambos candidatos presidenciales están aprovechando cada minuto y esfuerzo, por minúsculo que parezca, para ganar los votos de un estado bisagra como Florida.
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Lo simple del lugar y del montaje, sin embargo, contrastaba con las medidas de seguridad. Había elementos policiales locales y hasta personal de la TSA (Administración de Seguridad en el Transporte, por sus siglas en inglés, que gestiona sistemas de seguridad en los aeropuertos, metros y ferrocarriles). Cuidadosamente, hacían pasar a los emocionados espectadores por los detectores de metal y por un registro.
Los periodistas tampoco nos salvamos de las revisiones. Pasar por los controles nos tomó incluso más tiempo que a los demás, pues las cámaras, computadoras y mochilas fueron revisadas minuciosamente. Incluso, pese a la evidente amenaza de lluvia, se nos prohibió “por medidas de seguridad”, el ingreso de los paraguas (aun cuando muchos otros ciudadanos ingresaban con ellos). Los dejamos, pues, en un toldo, en medio del campo, en el que cualquiera que quisiera protegerse del agua podría hurtarlos. Afortunadamente, al final los encontramos allí, tal y como los habíamos dejado. Es poco probable que cosas como estas ocurran en nuestro país.
Una vez adentro, todo era fiesta y quizás quien pasó un momento incómodo en la revisión, lo olvidó gracias al olor de las hamburguesas, las papas fritas y los asados que serían como “la cereza en el pastel” una vez terminado el discurso de Clinton.
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La gente esperaba ansiosamente a su candidata y, como es propio de la cultura de Estados Unidos, se la esperaba puntual, a la 1 p.m. Pero el tiempo pasaba y ella no llegaba. Solo la lluvia se hizo presente y varias veces. Iba y venía, con y sin viento, más o menos fría. Pero la fiesta seguía y aunque ya habían pasado más de 15 minutos de la hora prevista, a la gente parecía no importarles las inclemencias del tiempo con tal de ver a la que quieren que sea su próxima presidenta.
Esta vez los teloneros no eran artistas de renombre, sino políticos locales, un candidato a senador y Randy Weingarten, presidente de la Federación Americana de Maestros, una importante organización que ha dado públicamente su apoyo a Hillary.
Ellos hacían su mejor esfuerzo para mantener la viveza del público. Más que hablar de las propuestas de su candidata, se dedicaron a criticar al opositor y a subrayar que Trump es una persona poco educada, no es un ejemplo a seguir y que carece de experiencia política. La difícil faena de los teloneros contó con la gran ayuda los ritmos de Justin Timberlake con “Can’t stop the feeling” y otras canciones movidas de Michael Jackson (ninguno en directo, claro está), que, a gran volumen, lograban su cometido de hacer bailar a la gente.
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Después de una larga espera, 45 minutos después de lo programado, agentes de seguridad subieron a la tarima a dar una última revisión. Era evidente que Hillary Clinton estaba por llegar. Una señora de color apareció en el escenario. Fue presentada como Sybrina Fulton, la madre de Trayvon Martin, quien fue asesinado en 2012 por un guardia de su barrio en Sanford, Florida. Ella forma parte de Madres del Movimiento, una organización de mujeres cuyos hijos han sido asesinados a causa de la violencia o en enfrentamientos con la policía.
Fulton terminó sus palabras e introdujo a Hillary Clinton. Los gritos se desataron, los aplausos sonaron intensamente y hasta la lluvia comenzó a caer fuertemente de nuevo. Es difícil describir el gran sonido y la emoción que desprenden y transmiten los presentes, a pesar de ser solo unas dos mil personas.
Hillary saludó por unos pocos segundos y, una vez concedido el silencio del público, comenzó su discurso. Con una voz ronca pero firme, remarcó que ha batallado por cuatro horas y media con Trump en los debates y que la conclusión está clara: “He demostrado que tengo el aguante para ser presidenta”.
Unos minutos más y terminó. Hillary habló casi siete minutos y se marchó. La gente estaba satisfecha. A nadie parecía importarle haber lidiado contra el clima, ni haber estado allí desde cuatro horas antes. Ella, su esperanza, llegó a visitarlos y eso les bastaba. La mujer que puede convertirse en presidenta de una potencia mundial había estado en su pequeño pueblo y eso les hacía sentir grandes.