Samuel (nombre ficticio) es un agricultor que enfrentó la extorsión durante tres meses luego de ser chantajeado a través de llamadas telefónicas.
Él sospecha que sus empleados estaban de acuerdo con el pandillero que lo extorsionaba. Pues no solo tenía su número de teléfono, sino también sabía todo sobre el negocio al que se dedicaba.
En la primera llamada, el sujeto le exigió $200. Él aceptó pagar creyendo que “hasta ahí llegaría el acoso”.
Sin embargo, las llamadas y las amenazas continuaron, hasta que el delincuente le dijo que tendría que hacer un pago mensual. Incluso le pedía el vehículo.
Después de recibir constantes amenazas de muerte, Samuel, junto con su familia, abandonó la casa en la que había vivido por años. Además, tuvo pérdidas económicas al abandonar las cosechas en el terreno que arrendaba. “Solo la primera vez pagué, porque fue sorpresivo; pero ya nunca más pagué, mejor me fui”, expuso.
Antes de emigrar, Samuel despidió a sus trabajadores y cambió su número de teléfono “por seguridad”.
Afirma que no tuvo el valor de denunciar el caso ante las autoridades: “A la fecha, siento que me anduvieran buscando, por eso opté por irme”.
Ahora, aunque ha emprendido un nuevo negocio, Samuel y su familia viven intranquilos:con la sensación de que alguien podría fijarse en ellos nuevamente y llegarlos a extorsionar.