Triunfo de la incertidumbre

Sobrevivir a la campaña electoral más sucia en la historia política de esa nación tendría que motivar cuestionamientos profundos, por dolorosos que sean.

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Foto Por elsalv

Por Federico Hernández Aguilar*

2016-11-15 8:41:00

“Aló, buenos días… Por favor, ¿me comunica con doña América Profunda?”. “Sí, ella habla”. “Mucho gusto, señora. Soy periodista investigador del New York Times”. “Ajá… ¿En qué puedo ayudarle?”. “Es que me urge hacerle algunas preguntas”. “¿A mí…? ¿De veras? ¡Suena raro! ¿Y qué tipo de preguntas quiere hacerme?”. “Solo permítame entrevistarla para tratar de comprenderla. Esta mañana nos hemos levantado con la sospecha de que no sabemos nada de usted”.
    
Si los grandes medios de comunicación de los Estados Unidos se hubieran atrevido a acciones tan sencillas como la recreada arriba, bastante menos traumática habría sido para ellos la noche del martes 8 de noviembre, la fecha en que Donald Trump los puso delante de una América que no conocen. De poco vale ahora hablar de “odios escondidos” en la sociedad o del excesivo crédito otorgado a las encuestas. El periodismo estadounidense falló, con apenas excepciones, porque se regodeó en sus propias teorías, cargó los dados hacia una sola de las ofertas electorales y se olvidó de hacer la tarea profesional de indagar, contrastar y exponer.

Por supuesto que era necesario advertir sobre los peligros que representaba (y todavía representa) Donald Trump, pero caer en el ataque sistemático a su figura no hizo otra cosa que victimizarlo ante muchos norteamericanos, esos mismos que deseaban ver a alguien enfrentándose de esa manera, cual Llanero Solitario, al estatus quo.

Votantes insatisfechos con el mediocre gobierno de Obama ya estaban hartos del tipo de liderazgo que representaba Hillary Clinton, bastante antes de que el estrafalario magnate afianzara la candidatura republicana. En lugar de desplazarlo, el que tres cuartas partes del sistema se abalanzara contra Trump solo consiguió reafirmarlo como la alternativa a ese sistema. Una dosis de empatía, sumada a la decepción que arrastraban, era lo único que numerosos electores de clase media necesitaban para tomar su decisión.

Tampoco el sabor a continuismo de su discurso ayudó a volver atractiva la opción Clinton, una candidata de por sí controversial. Los últimos ocho años de administración demócrata estuvieron lejos de promover a la clase trabajadora norteamericana. Aunque Hillary hubiera prometido el paraíso a obreros y desempleados, nunca habría tenido a mano cifras relevantes para respaldar sus ofrecimientos. Trump tuvo allí espacio suficiente para hacer soñar.

Y sin duda causa admiración que alrededor de un 30% del voto latino se decantara por “el hombre del muro”, pero si tenemos presente que Obama batió récords en deportaciones masivas y jamás concretó la prometida reforma migratoria, ¿por qué iba a ser su Secretaria de Estado la más indicada para abanderar un cambio de rumbo en estos temas? “Los latinos me aman”, dijo alguna vez Donald Trump, exagerando. Un buen porcentaje de ellos, en todo caso, no parece haberle creído a Hillary Clinton.

Las cadenas de televisión y los periódicos de Estados Unidos suelen tener un sesgo “liberal”, en el sentido anglosajón del término. Hablan de los pobres como si los conocieran de verdad, y de los ricos como si todos fueran la misma cosa. Igual que Hillary, hacen mofa de las creencias más profundas de la gente impulsando una “agenda de género” divorciada del sentido común y convirtiendo al aborto, por ejemplo, en una especie de solución. Y ahora, cuando deberían buscar explicaciones integrales a un fenómeno inquietante, lo que están haciendo muchos periodistas y columnistas es hilvanar excusas, como esa de que el hombre blanco rural no quería en la Casa Blanca a una mujer después de haber tenido allí a un negro. ¡Vaya simplismo!

Además de digerir el resultado final del combate entre Clinton y Trump, Estados Unidos debe razonar por qué republicanos y demócratas desembocaron en semejantes apuestas. Sobrevivir a la campaña electoral más sucia en la historia política de esa nación tendría que motivar cuestionamientos profundos, por dolorosos que sean. Tanto sesgo autocomplaciente solo ha conseguido darle el triunfo a la incertidumbre.
 

*Escritor y columnista 
de El Diario de Hoy