Las encuestas han estado comportándose de una manera poco fiable en los últimos años. En varios casos sumamente importantes sus resultados han sido lo contrario de la realidad. El último caso ha sido el de las elecciones presidenciales de Estados Unidos pero ha habido varios otros.
El primer caso fue el de la elección de David Cameron en el Reino Unido en mayo de 2015, cuando las encuestas decían que habría casi un empate entre los conservadores y los laboristas y en la realidad los primeros ganaron con mucha facilidad. Un segundo caso fue el del referéndum sobre la salida del Reino Unido de la Unión Europea (el Brexit), que las encuestas dijeron que sería ganado confortablemente por los que querían quedarse y lo ganaron los que querían irse. Un tercer caso fue el del referéndum sobre el proceso de paz de Colombia, que las encuestas habían dicho que sería aprobado y fue rechazado.
En el caso de Estados Unidos la preferida en las encuestas fue siempre Hillary Clinton. Esta ventaja estaba en el orden de 8 a 10 por ciento en los últimos días en términos de votos populares, y era mucho más alta en términos de votos electorales, en el orden de 80 votos. Esta ventaja cayó sustancialmente después de que director del FBI declarara que su institución estaba revisando más emails de ella para determinar si daban pie para perseguirla judicialmente, pero aún así se mantuvo cerca del 4 por ciento en votos populares mientras que las proyecciones de votos electorales casi no cambiaron. El resultado final fue de 279 a favor de Donald Trump y 228 a favor de Hilary Clinton, una ventaja bastante grande al contrario de la que había sido predicha.
Ciertamente, Clinton sacó un poquito más de votos populares (59.8 millones) que Trump (59.6 millones), pero siempre se ha sabido que en Estados Unidos lo importante son los votos electorales y las proyecciones se manejan así porque es posible ganar la presidencia habiendo perdido en los votos populares. Antes de Trump, John Quincy Adams, Rutherford Hayes, Benjamín Harrison y George W. Bush fueron electos con mayoría de votos electorales aunque no eran los que tenían más votos populares. Esto es así porque los votos populares son por estado y, con la excepción de Nebraska y Maine, todos los estados dan todos sus votos al que haya ganado en el voto popular, aunque sea por un voto. De esta manera, los votos populares que sobran después de haber ganado un estado no sirven para nada.
Pero sabiéndose esto, el error de las encuestas en las elecciones estadounidenses ha sido enorme. Para Hillary Clinton no fue lo mismo ir ganando por ochenta votos electorales que perder por 51. Las apuestas le daban una probabilidad de ganar de cerca del 80 por ciento cuando el conteo empezó.
Hay mil explicaciones que pueden darse por estos errores. La más profunda es que toda encuesta es probabilística, lo cual quiere decir que si la encuesta se repitiera cientos de veces pegaría con la realidad en un porcentaje alto de las veces (digamos, el 97 por ciento de ellas) pero no en otras (el 3 por ciento). Es como saber que el casino en Montecarlo gana el 99 por ciento de las veces. Eso no quiere decir que una persona no pueda llegar y ganar toda una noche.
Lo extraño es que las encuestas que se han realizado en estos casos de equivocación espectacular han sido muchas, y que todas, o casi todas han dado resultados similares, de modo que todas se equivocaron catastróficamente. Y, además, que esto ha pasado en encuestas de gran importancia en las cuales se supone que pusieron un gran cuidado. Si uno se basa en la misma teoría de las probabilidades en la que se basan las encuestas, es muy difícil culpar estas equivocaciones a la mala suerte. Hay algo que no se está haciendo bien. El problema no está en las matemáticas del muestreo. Estas técnicas trabajan bien en cosas inanimadas. El problema parece ser que la sociedad se ha vuelto más compleja y las técnicas de comunicación con los humanos para saber lo que de verdad quieren hacer se han quedado atrás.
*Máster en Economía,
Northwestern University.
Columnista de El Diario de Hoy