Se había prometido íntimamente que nunca iba a involucrarse en temas de cáncer. La cicatriz interna que le dejó la muerte de su padre, víctima de un tumor en el hígado, la marcó para siempre. “Sufrí mucho en mi niñez por la muerte de mi papá, él era el sol de mi vida, y no quería saber nada de eso”, reconoce Leonor Guirola de Llach. Sin embargo, algo la hizo cambiar de opinión y desde hace 25 años encabeza la Fundación Ayúdame a Vivir Pro Niños con Cáncer de El Salvador.
¿Qué pasó? ¿Quién la convenció? No hicieron falta grandes argumentos. “Simplemente vi niños en un hospital que padecían esa enfermedad, y al ver ese panorama no podía quedarme sin hacer nada”, explica hoy doña Leonor, complacida por este primer cuarto de siglo de la fundación.
“Fuimos seis mujeres las que iniciamos este proyecto, todas por diferentes razones. Antes de eso, en plena guerra, yo pasé 10 años trabajando en un hospital nacional colaborando. Llegaba al hospital y veía ahí al doctor Juan Antonio Villatoro, que era el director de Hospital Bloom. Le dije que cuando acabase la guerra iría al Bloom a ayudar”, cuenta Leonor, que se define como “una ama de casa, no más. Una feliz ama de casa, con seis hijos, once nietos un marido excelente” y también ganas colaborar.
Esa promesa sí la cumplió: “Al terminar la guerra nos juntamos las seis mujeres en mi casa e invitamos a personas que podían estar interesadas en hacer caminar un proyecto para tratar el cáncer en los niños. Vinieron médicos, gente de hospitales, muchas amistades…
Fuimos a hablar con el doctor Villatoro para empezar este programa. Le dijimos que ya estábamos enteradas de todo lo que había que saber de la leuciemia y el cáncer. Ahora me río, porque en realidad no sabíamos nada. ¿Qué íbamos a saber? Solo teníamos el deseo de poder ayudar”.
Doña Leonor reconoce que el doctor Eduardo Interiano, ministro de Salud de ese entonces, fue clave por su apoyo incondicional. “Al final hicimos un convenio con el Bloom, el Ministerio de Salud y también el St. Jude Children’s Research Hospital, de Memphis. A través del doctor Chris, se interesaron por El Salvador y decidieron tener un programa que cubriera el mismo tratamiento que tenían en Memphis aquí en El Salvador. Comenzamos en 1991 con leucemia, porque era el mayor número de casos, pero luego ya tratábamos cualquier tipo de cáncer”.
A lo largo de estos 25 años, las alegrías y los momentos difíciles se entrelazan en los recuerdos. “Alguien me dijo: ‘Tu debes de ser como un médico, que ya no sientes nada, te has acostumbrado…’ No, ni un médico ni una persona que trabaja en eso se acostumbra al dolor. Es imposible ser insensible. Yo me he encariñado mucho con algunos niños, algunos sobrevivieron y otros no. Pido por ellos, los que están en el cielo y nos están cuidando. Por ellos seguimos adelante, no podemos volverles fallar”, relata emocionada la presidenta de la fundación.
Junto a doña Leonor, otras dos fundadoras -Lina Pecorini y Tatiana Ezerski- aún se mantienen en Ayúdame a Vivir: “La Asamblea Legislativa nos da algo más de 800 mil al año, pero necesitamos unos 3 millones al año para que todo funcione. Ahora además estamos tratando de conseguir una máquina llamada citofluorómetro que vale 180,000 dólares y es muy certera para los diagnósticos. La Fundación Gloria Kriete nos dio 50,000, alguien más nos dio otros 50,000, así que solo nos faltan 80,000. Ahora tenemos una que nos donaron, pero le queda poca vida útil y hay que reemplazarla”.
Según doña Leonor, casi 1,000 niños pasan por el programa de Ayúdame a Vivir, y más del 80% de ellos son pacientes de escasos recursos. “Entran 200 niños con cáncer al año, están los 200 que están en el segundo año del tratamiento, más algunos rezagados y tenemos los que están supervisión. Es una causa noble porque las posibilidades de salir adelante son muchas, el índice de supervivencia es del 71% y estoy segura de que lo vamos a subir”.
Los 25 años de la fundación evocan recuerdos, momentos de todo tipo… Doña Leonor no se arrepiente de aquella decisión: “Estamos salvando vidas mientras el mundo se tambalea”, dice. Y agrega: “Hubo muchas tristezas, pero he tenido más alegrías. La felicidad que sientes al darle un abrazo a un niño que te dice ‘Ya fueron 13 años que salí del proyecto’ o ‘ya fueron 10 años desde que me sané’ no se compara con nada”.