Mi maestra de primaria tenía un especial talento para relatar episodios históricos: el asesinato del archiduque Francisco Fernando, en las calles de Sarajevo, la chispa de la Primera Guerra Mundial; el imposible amor de Dante por Beatriz Portinari, a quien inmortalizó en la portentosa obra La Divina Comedia.
Mi relato favorito, era sin duda, el descubrimiento de América. Cuando se refería a aquel impresionante hecho histórico, la profesora solía referirse a la “empresa” de Colón. “Colón “emprendió” el viaje, decía, partiendo una fría madrugada del puerto de Palos…”. Emprendió. Empresa. Ninguna de las dos palabras tenía que ver con negocios, fábricas o propiedades agrícolas.
Los términos emprender y empresa, más bien evocaban la audacia de comenzar algo riesgoso. La osadía de atravesar lo desconocido con la firme voluntad de llegar a un punto determinado. Colón, convencido a contramano del escepticismo generalizado, pensaba que el planeta era redondo y que navegando hacia el occidente se podía llegar a los ricos territorios orientales.
Hoy se dice fácil. Pero nada lo era en realidad. Aparte de Colón y otros cuantos ilustrados, nadie sabía qué había luego de cruzar el horizonte marino. No pocos imaginaban lo peor: grandes monstruos en el fondo de un abismo con las fauces abiertas esperando tragarse a los que, extraviados, llegaban a ese punto que separaba lo conocido de lo desconocido.
Las embarcaciones no eran tan seguras como las que hoy conocemos, construidas con sólidos materiales y guiadas por computarizados y precisos sistemas de navegación. No. Eran apenas unas mínimas y rústicas barquitas de madera empujadas por velas y viento a través de embravecidos aguajes de mares y tormentas. Tal era la empresa de Colón.
Y aquel “empresario” llegó un histórico 12 de octubre de 1492, a lo que hoy se conoce como América. Nada, en mi opinión, describe mejor lo que hace un empresario, micro, pequeño, mediano o grande como la epopeya de aquel navegante genovés, cuyo nombre quedó inmortalizado en monedas, ciudades y derivaciones para nombrar regiones, países, universidades y hasta procesos: Colón, Colonia, Colombia, Columbia, colonial, colono, coloniaje y muchas palabras más.
De manera lamentable, en muchas de nuestras universidades, ideólogos del resentimiento y a veces por pura demagogia, se despotrica contra los empresarios. No dudo que haya entre los empresarios, como en todo agrupamiento humano, gente de mal corazón. Pero no son sentimientos malignos los que impulsan al verdadero empresario.
En el ADN empresarial están integradas como en la sangre de Colón, la audacia, el valor, el desprecio al miedo a lo desconocido y la apuesta al riesgo. No todo emprendedor llega a ser empresario, pero todo empresario ha sido y es un emprendedor. Es un visionario, que en aras de hacer realidad un sueño, asume créditos hipotecarios, contrata personas, estudia mercados, ofrece un producto y un servicio que puede o no, al final ser aceptado por los clientes.
Si tiene éxito podrá acumular grandes fortunas y en el camino pagará salarios que ayudaran a otros y estos otros a otros, expandiendo de manera natural la riqueza que se produce en su o sus empresas él y sus colaboradores. Pero si fracasa, le embargaran la propiedad y sufrirá grandes pérdidas económicas y hasta en su salud. Si esto último ocurre y si de verdad es empresario, se levantará de las cenizas y lo volverá a intentar una y otra vez hasta tener éxito.
Por ello los países donde hay más y más ricos empresarios, es decir donde el tejido empresarial es saludable y poderoso, son al mismo tiempo los países donde menos pobres hay, los más tranquilos y seguros, países a donde todos se quiere emigrar. Por el contrario, los países donde hay menos empresarios o donde son hostigados, por gobiernos con visiones erráticas de la vida, son los países donde hay más pobres, los menos seguros e incluso los más sucios y contaminados.
Lo más inteligente que puede hacer un gobierno para combatir la pobreza y promover la prosperidad, es promover el emprendimiento y estimular al empresario. Los gobiernos no producen dinero. Solo lo gastan. Todo el dinero que circula en un país, con el que se construyen carreteras, hospitales y escuelas, con el que se pagan los salarios de los presidentes y ministros, sus carros y sus ropas, son costeados por la fuerzas productivas de la sociedad civil.
Acosar e insultar a los empresarios podrá servir de excusa para tratar de justificar incompetencias y tapar corrupciones de unos pocos pero nunca para producir prosperidad para todos.
*Columnista de El Diario de Hoy