¡Salir adelante!

Ahora Chus ya no sueña con manejar el camión cargado de café que ronca por el esfuerzo subiendo las cuestas de la finca. Quiere montar su propia empresa después de terminar su carrera de economía y negocios.

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Foto Por Jorge Reyes

Por Carlos Mayora Re*

2016-11-25 8:41:00

Chus era un muchacho listo y despierto. En el año 2011 estudiaba sexto grado en una escuela de Comasagua. Sus días pasaban entre las clases en la mañana y los partidos de fútbol por las tardes, además de ayudar en la casa recolectando leña o llevando agua cuando hacía falta. Llevaba buenas notas y sus papás estaban contentos. En las vacaciones siempre echaba una mano en la corta, y a veces se sorprendía soñando despierto con manejar uno de los inmensos camiones que trasladaban incansablemente café en uva desde el recibidero al beneficio.

En su cantón había algunos pandilleros, pero él no se les acercaba. Aunque, una vez, uno le había pagado un almuerzo en la tienda de doña Emilia… al principio no lo aceptó, pero después, simplemente porque tenía hambre, accedió al regalo. Platicó un poquito con el “sombra”, así como de lejitos… y se fue a la casa con una mal disimulada mezcla de temor y orgullo. Nunca contó a nadie su “aventura” con el pandillero. 

Un día de septiembre llegaron unos señores a la escuela. No les puso mucha atención, pero vio que estaban platicando con el director, y se preocupó un poquito cuando el profe Pablo le dijo que se acercara. Para su sorpresa le explicó que ofrecían becas para que los mejores estudiantes de sexto pudieran continuar sus estudios en otro colegio. A decir verdad no entendió la palabra “beca”, y eso de irse de su escuela no le gustó mucho que se diga. 

Tres días después su mamá le dijo que el sábado iba a ir a hacer el examen para ver si se ganaba la beca. Cuando llegó al colegio Lamatepec se encontró con otros cipotes, nerviosos y acompañados de sus mamás o abuelas, como él. Eso lo tranquilizó un poco. Se sentó en el pupitre que le mostraron, oyó las indicaciones y comenzó a hacer la prueba de matemáticas. Se alegró, pues no entendió casi nada… pues quería decir que le iba a ir mal y que podría seguir en su escuela, con sus amigos y sus queridos profesores. Lo mismo le pasó cuando le entregaron la papeleta de lenguaje.

Sin embargo, la semana siguiente, una tarde al llegar a la casa, vio que su mamá estaba llorando. “Yastuvo”, se dijo, “no me gané la beca”. Sin embargo, su mamá le dijo que no, que se la había ganado, que lloraba de alegría, y lo abrazó. Le explicó que le darían uniforme, libros y transporte para ir a estudiar al colegio Citalá –que funciona en las tardes en las mismas instalaciones del colegio Lamatepec– que pagarían una pequeña cuota y que podría hacer hasta el bachillerato. Entonces (al mal tiempo buena cara), pensó en las canchas de fútbol y básquet, en las computadoras, en la biblioteca y en las aulas que había visto el día de la prueba. Y se alegró. 

Hoy, veintiséis de noviembre, piensa en todas esas cosas mientras está sentado, junto con sus cuarenta y cinco compañeros que terminan el bachillerato, mientras oye los discursos de su ceremonia de graduación. Todos irán a la universidad, todos sacaron excelentes notas en la Paes. Él hizo la prueba de admisión en la ESEN y la aprobó con la calificación más alta. Ahora ya no sueña con manejar el camión cargado de café que ronca por el esfuerzo subiendo las cuestas de la finca. Quiere montar su propia empresa después de terminar su carrera de economía y negocios, y ayudar a los suyos, a su comunidad, y a su país… ¡Va a salir adelante!

(Las becas de los 240 estudiantes de Citalá se financian con donaciones. Si desea colaborar puede escribir a patronatocitala@citala.edu.sv).

*Columnista de El Diario de Hoy.
@carlosmayorare