La feria del cambio

Hoy no llega ni a un muy pálido reflejo de lo que en algún momento fue, tan es así que mucha gente ni siquiera se dio cuenta que hubo Feria Internacional este mes.

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Foto Por Jxoe Gamero

Por Max Mojica*

2016-11-27 4:34:00

Los que ya pateamos los “entas” nos recordamos que con los dulces vientos de octubre, que refrescaban nuestras vacaciones escolares, se anunciaba la época en que podríamos disfrutar de la Feria Internacional. Ir a la “Feria” era un momento mágico: ruedas, eventos, golosinas, juguetes, etc. hacían las delicias de los que corríamos en pantalones cortos en ese entonces.
    
El disfrute de los adultos no era para menos: quesos, vinos, jamones, las más delicadas viandas y chocolates traídos del extranjero. Mis papás caminaban entre los pasillos de los pabellones de España, Alemania, Francia y Estados Unidos, con ansiedad de sibarita, luchando por definir (ya que el presupuesto familiar era limitado), qué es lo que podrían llevarse a casa para degustar en Navidad. Tan profusas eran las opciones que se ofrecían, de tan buen gusto, y uno con tan poca plata para satisfacer la gana de probar todas.

En aquellos lejanos años ochenta del Gobierno del Presidente Duarte, en donde solo los cercanos a la argolla pedecista o que tenían algún su chero militar, podían ir de compras a la Cooperativa de la Fuerza Armada para adquirir licores y chocolates del extranjero (ya que, como todo gobierno socialista, lo bueno estaba prohibido para todos, menos para los socialistas en el Gobierno y sus amigos, claro), la Feria era la única oportunidad para asomarse a las delicias del primer mundo, las cuales, por una sola vez, de forma democrática y pareja, estaban al alcance de todos, pudiendo de esa forma respirar todos los ciudadanos una suculenta bocanada de aire capitalista.
    
Los niños caminábamos de la mano de nuestros padres, con una sonrisa de oreja a oreja, con un martillo del chapulín colorado, un globo con helio o con unos codiciados chocolates M&M’s o Toblerone (que uno procedía a esconder al llegar a la casa, lejos de las traviesas manos de los hermanos, en lo más recóndito de la gaveta en donde se guardaban los calcetines). Muchos de los más pequeños, iban chineados por su madre, exhaustos luego de caminar –literalmente- todo el día, recorriendo incansablemente todos los pabellones y pasillos, de esa especie de “corno de la abundancia” que era la Feria Internacional.

A medida que las medidas socialistas de Duarte -que cerraban las fronteras y ponían ridículos impuestos a la importación de bienes suntuarios- fueron cosa del pasado, la Feria empezó a perder esplendor, principalmente debido a que los “artículos burgueses prohibidos”, estaban ahora, con las nuevas políticas tomadas por el Presidente Cristiani, al alcance de todos: comerse un chocolate americano ya no era un privilegio, era un producto accesible derivado de tener en nuestro país, fronteras y mercados abiertos.

A partir de ahí, la Feria comenzó un lento pero perceptible declive. Se convirtió en una sombra de lo que fue. Aún así tenía algo de relevancia comercial para los visitantes, continuaba siendo un lugar de destino común en estas épocas, para que familias enteras fueran a buscar productos novedosos, ofertas, shows de artistas internacionales, jugar en las ruedas, ver desfiles y payasos, o comprar una que otra cosa de los productores nacionales… hasta que con el 2009 llegó la época del cambio.

Bajo una nueva dirección y administración, la Feria hoy no llega ni a un muy pálido reflejo de lo que en algún momento fue, tan es así, que mucha gente ni siquiera se dio cuenta que hubo Feria Internacional este mes de noviembre, por lo que el evento pasó con más pena que gloria: Pabellones vacíos, productos sin atractivo, pabellones utilizados por países como Venezuela o Bolivia, que no generan ningún interés a los visitantes. La Feria en el 2016, en vez de un lugar que reflejase la pujanza comercial de El Salvador o de los países participantes, más pareció una aburrida fiesta entre amigos ideológicos.
   
Tal vez lo que sentí caminando en los pasillos de la Feria, se resume en este diálogo. Entré en un pabellón completamente vacío, en donde nada más estaban unos músicos tocando marimba en todo el lugar. Yo les pregunté: “¿y este lugar por que está vacío?” y ellos me contestaron: “¡No’mbé! ¡vacío no está! ¿no ve que estamos nosotros?”. Y dije para mis adentros: “definitivamente esta es la Feria del cambio”.
 

*Abogado, máster en leyes.
@MaxMojica