¿Crees que estudiar es difícil? Conoce la historia de Lorenzo y sabrás como superó todos los obstáculos

Alegre, inspirador, valiente, así es el testimonio de vida de Lorenzo Ramos; un  joven que enseña a otros no videntes el sistema de lectura braille.?

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Lorenzo Ramos es licenciado en Sociología y actualmente labora en los círculos de alfabetización de el programa de Atención  a las Personas con Discapacidad (Apdis).

/ Foto Por Menly Cortéz

Por Evelia Hernández

2016-11-26 11:30:00

Lorenzo Ramos tiene 29 años de edad, ha superado sus propias barreras y ahora ayuda a otros que tienen la misma limitante que él, el ser no vidente, a salir adelante.

Enseñar a otros, con su mismo padecimiento, a leer y escribir  en braille  es la forma como Lorenzo ayuda y lo hace a través de los círculos de alfabetización.

“Yo quería ser profesional y tener una mejor condición económica”, dice el joven; ese deseo de superación lo tiene desde niño y  surgió  cuando escuchaba a   su padre decir que tendría que ir a cortar café porque no había trabajo de carpintería, que era su oficio.


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Lorenzo es educador  y promotor del programa de Atención a las Personas con Discapacidad (Apdis) del Ministerio de Educación. Comenzó a  trabajar como voluntario de ese programa, cuando  tenía 25 años. Su tenacidad y  empeño lo llevaron a ser parte permanente  del equipo del programa.

Actualmente  es responsable de supervisar a siete  voluntarios del programa y es  promotor en los círculos de alfabetización para no videntes en Tonacatepeque, Ciudad Arce, Ciudad Delgado y Olocuilta.

“Admiro a mi hermano,  él puede hacer muchas cosas y ha logrado sus metas, es una persona muy activa”, dice Carmen Ramos, hermana de Lorenzo.

Lorenzo tuvo problemas de visión desde su niñez, pero eso no lo limitó en su carrera de estudios, la cual ha culminado con una  Licenciatura en Sociología en la Universidad de El Salvador, además  tiene un diplomado en Formación Pedagógica para Profesionales de la misma entidad.  El diploma lo obtuvo en marzo de este año.

El paso por la ciudad universitaria no fue fácil, pero el apoyo de su hermana fue decisivo para lograr la meta.

“En la  Universidad de El Salvador tuve que enfrentarme a unos docentes,  que me decían que podía llevar casetera para grabar. Después me lo prohibieron, me dijeron que lo tenía que llevar en Braille. Una maestra me puso la barrera de que no llevara la grabadora  o que buscara otra licenciatura. Me lo dijo enfrente de mis compañeros. Fue un reto.  A lo largo del tiempo me fui enfrentando con muchos maestros”, narra Lorenzo.

Los retos han sido tanto en la vida académica, como en la profesional.

 “Lo que me gusta de mi trabajo es que cada día se van ganando nuevas experiencias. Uno aprende de las personas y las personas aprenden de uno. En mi caso la independencia (es importante) porque hay lugares en los que nunca me imaginé que iba andar caminando. Lugares donde nunca me había desplazado, he logrado llegar a cubrir la meta de llegar a municipios como el caso de Cacaopera, en Morazán. Logré llegar solito por el amor de llegar ayudar a alguien con discapacidad”, explica.

Pero las dificultades más grandes que ha encontrado Lorenzo no tienen nada que ver con su no videncia, sino con el hecho de que en el país  no existen estadísticas de la población con problemas de visión parcial o total.

“Es necesario que llegue una persona  con discapacidad (de visita a los hogares) para que los familiares vean la importancia (de la educación), porque si no toda la vida los quieren tener amarrados, nos los quieren dejar que vayan a rehabilitarse o incorporarse en los círculos de estudio. Cuando me ven a mí, la gente me ve como ejemplo y en ese momento las personas se motivan para seguir adelante”, manifiesta.

Una maestra de Lorenzo fue la que alertó a los padres de las dificultades del niño para aprender; les comentó que él se levantaba mucho del pupitre para  ir a ver a  la pizarra, que casi se topaba a ella. 

Por eso  Lorenzo pasó al centro de rehabilitación  de la  “Escuela de Ciegos”. Ahí  aprendió lo básico del sistema braille, que sería su herramienta para seguir.

La Ley de Equiparación de Oportunidades para las Personas con Discapacidad  regula que a los tres años de rehabilitación, las personas deben integrarse al sistema básico de educación.

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Sin embargo, no en todas las escuelas del sistema básico de educación  querían aceptarlo.

Lorenzo recuerda que en 1997, en la Escuela Guadalupe, de Soyapango, no lo recibieron por no tener un maestro especialista en discapacidad visual. “En ese entonces no se hablaba  mucho del tema de inclusión y los maestros no estaban concientizados en esa área”, explica. 

Hubo mejor suerte en la Escuela Maestro José Cañas, donde la directora en ese momento “evaluó viable que yo estudiara ahí, pero la   maestra decía que ella no era especialista en la discapacidad, pero que me daba  tres meses y si yo aprendía me iba a tener permanente, sino me iban a sacar de la escuela”, recuerda. En esta etapa Lorenzo tenía catorce años.

“Llegue con el temor de que mis compañeros no me ayudaran. Al inicio se quedaron conmovidos y sorprendidos de ver una persona con discapacidad. Me apoyaron con las cuestiones de la lectura y mis compañeros me dictaban, cuando los maestros escribían en la pizarra. Yo hacía mis transcripciones de Braille”, dice. 

Uno de los primeros retos de  Lorenzo fue demostrarle a los maestro que sí tenía la capacidad de aprender. “Los maestros vieron que  cursaba las asignaturas con buenas calificaciones, así fue como ellos se interesaron y culmine la educación básica en ese centro escolar”, añade.

El apoyo de los compañeros de estudio  lo  ha motiva a seguir adelante. El ambiente de sentirse incluido con los demás alumnos lo motivó a seguir estudiando, aunque en una escuela más lejana, lo cual también implico el reto de  aprender a movilizarse solo.

Esa experiencia de niñez se ha convertido en uno de los principales objetivo en los círculos de alfabetización bajo su responsabilidad;  los alumnos deben aprender a independizarse.

En los círculos de alfabetización les ayuda a aprender el sistema Braille, a desenvolverse, a utilizar el bastón como parte de las clase de orientación y movilidad, aprenden a ubicar el Norte y Oeste.

Moris Sandoval  tiene 29 años, es alumno de Lorenzo en el círculo de alfabetización y cursa  el séptimo grado. “Hago un llamado a las personas o las familias que les permitan a sus familiares a incorporarlos en un círculo de alfabetización para que puedan independizarse y, de una vez, desarrollarse en braille”, dice.

Para Lorenzo una de las primeras limitantes que tienen las personas  con alguna discapacidad visual son “los familiares dicen: nosotros los cuidamos,  pero nos damos cuenta que sobre proteger al familiar, lo hace inútil de por vida. La independencia a uno le cuesta”, opina.

Dentro de  la Ley de Equiparación de Oportunidades para las Personas con Discapacidad se habla que toda persona con discapacidad tiene derecho a un estudio.

“Si las personas no aprenden a leer y escribir no pueden optar a un empleo”, recalca Lorenzo.

Los sueños de Lorenzo  siguen, actualmente se especializa y capacita con ayuda de la Agencia de los Estados Unidos para el Desarrollo (Usaid), para crear talleres para capacitar a sus compañeros para que se vuelvan productivos y puedan ayudar económicamente en sus casas.

El deseo de superación de Lorenzo solo denota que su discapacidad no le impidió desarrollarse profesionalmente, pero la cultura salvadoreña no está preparada aún para incluirles y la férrea convicción en apoyar e tomar en cuanta a sus iguales, solo demuestra lo difícil que ha sido superarse por la falta de un ley de inclusión para las personas con discapacidad.