Paranoia, relato de un asalto en las calles de San Salvador

El hombre sacó una cuchilla, la apretó contra ella y le dijo: “entonces dame el celular”.

descripción de la imagen

Los asaltos están a la orden del día en el país.

/ Foto Por Foto de referencia

Por Guadalupe Trigueros

2016-11-13 9:25:00

Ya no es seguro ni siquiera distraerse cuando conduce. Ser paranoico ya no es una enfermedad para quienes transitan en San Salvador, especialmente, en la zona del viejo centro o sus calles alternas, como la famosa “29”, la “27”,  o “la Don Rúa”. Ser paranoico en estas zonas es una condición de alerta necesaria, para salvarse de un asalto o de la muerte.

La muerte es quien precisamente se le acercó a Brenda María (nombre ficticio), a plena luz del día. Durante dos años, diariamente, las calles de San Salvador conocidas como “la 29” y la “27” son la ruta acostumbrada para ir por sus hijos al colegio.

Ventanilla bien cerrada, seguros activados, vista al frente, sin dejar de ver los laterales, ni perder la mirilla de atrás. Nada atractivo en el asiento del pasajero, ni de los acompañantes. Esa era la rutina de Brenda María desde que perdió la confianza en su capital, donde nadie anda a pie seguro, y donde no se sabe qué pasará mientras hace el alto con la luz roja del semáforo.

Le puede interesar: Relato de un menor asaltado “No, ¿cómo te lo vas a llevar?”

Los psiquiatras definen la paranoia como una enfermedad gradual de avance lento. Quienes la poseen se caracterizan por un alto grado de desconfianza hacia su entorno e incurren en “delirios de persecución”. ¿Será que todos nos estamos volviendo paranoicos en El Salvador?

Brenda María, una mujer a mitad de los 40, bajó la guardia ese día. Se relajó y se cansó de su alto nivel de paranoia. “Hija, ten cuidado en la calle. Cerrá la ventana del carro, muy peligroso”, le decía su madre cada vez al salir. Pero ese miércoles 7 de septiembre, al cruzar el semáforo situado atrás del Teatro de Cámara, puso su CD favorito, clasificó la música mientras avanzaba lento en la fila de autos. No encontraba esa melodía de Camilo Sesto que tanto le agrada, que le recuerda a su infancia, que la relaja y que le evoca los tiempos en que su madre no vivía paranoica, sino que escuchaba música de Camilo Sesto…

?(Zona del Teatro de Cámara)

Por fin, justo cuando Brenda María ya había avanzado hacia el semáforo en rojo de “la 27”, el mismo que está en la esquina del nuevo local de la cadena de hamburguesas, frenó, bajó la ventana (era medio día), y se concentró en localizar la melodía “con el viento a tu favor”. Comenzó a disfrutarla sin saber que en esos instantes era asediada por un hombre joven resguardado en uno de los árboles de la esquina. Era la presa fácil: ventanilla libre, trabazón en el semáforo y una mujer tarareando una vieja canción. Relajada, sin acompañante y “con el viento a su favor”. ¿Qué podría perder, si tenía las de ganar?

Lea también: Alertan de más de 37 puntos de asaltos en San Salvador

El desconocido se aproximó por detrás del auto y en un abrir y cerrar de ojos, Brenda María tenía encima a un hombre de gorra y chumpa negra que le susurra “dame un dólar amor”. La reacción de ella no fue la que un ladrón agazapado se imagina: “no tengo mi vida…” 

Perturbado y quizá con la sensación de estar perdiendo el “encanto” de atemorizar mujeres para robarles, sacó una fina cuchilla de su bolsa derecha y la colocó en el hombro de su víctima. Brenda María vio de reojo una navaja de zapatero. El hombre la apretó contra ella y le dijo: “entonces dame el celular”. La punzante amenaza mató el “encanto” de esta mujer que se transformó en el instante en la paranoica de siempre, pero con la adrenalina a borbotones.

-“¡Yo no te voy a dar nada, no jodás!”-

Brenda María tomó el celular que llevaba entre sus piernas y lo arrojó al piso del auto. En ese instante, los planetas se alinearon: El semáforo encendió el verde,  el auto de adelante avanzó, el ladrón se decidió a rajarle el cuello con la cuchilla de zapatero y ella hundió su pie en el acelerador.

Se salvó por un pelo de distancia

Como loca y paranoica acelerada, subió los vidrios, revisó los seguros, miró hacia los lados y observó por el retrovisor al ratero retorcido en la cuneta, listo para incorporarse y quizá perseguirla…  A lo lejos quedó Camilo Sesto, sonando quedito.  La adrenalina se normalizó y agradeció a Dios por quedar viva para poder ir a traer a sus hijos al colegio.

Ayer, dos tipos sospechosos rondaban la zona de este mismo semáforo. Y no son imágenes de paranoia. Son reales.