La gestión presidencial de Mauricio Funes marcó –en muchos sentidos- el final de una era de inocencia para El Salvador. Antes de su gestión como presidente, muchos salvadoreños conservaban paradigmas construidos por años de soñar con un presidente como él: salido del pueblo y electo por el pueblo.
Desde la década de los sesenta, los salvadoreños soñaban que un gobierno en manos de personas de izquierda realmente haría la diferencia. Tan firme era ese sueño que cuando el tiempo fue propicio, sacerdotes, obispos, campesinos, obreros, empleados, profesionales e intelectuales, optaron por jugarse el todo por el todo, en una sangrienta apuesta por el futuro, apoyando a los movimientos de izquierda desde sus púlpitos o cátedras, o, en algunos casos, irse a la guerra para implementar a sangre y fuego, un paraíso socialista en El Salvador. A diferencia de Cuba y Nicaragua, en nuestro país no se pudo conquistar el poder por la vía de las armas, pero el sueño persistía.
El argumento era sencillo: estamos mal por que gobiernan los malos, cuando los socialistas lleguen al poder, todo cambiará… para mejorar. Y el turno llegó de las manos de un ácido conductor de programas de televisión, niño bonito de los jesuitas de la UCA. Con un áurea “intelectual”, a pesar de que nunca obtuvo un título más allá del bachillerato, ni hablaba ningún otro idioma que su natal español. De sonrisa contagiosa y fácil verbo, el pueblo cayó redondito a sus pies, enamorado, no tanto de él, sino de lo que él representaba: la oportunidad de que “los buenos” gobiernen, la oportunidad de concretar un sueño: que El Salvador finalmente fuese gobernado por verdaderos socialistas amantes y defensores de los pobres.
Esa oportunidad se les concedió: Mauricio Funes ganó las elecciones presidenciales en el 2009, sin margen de error. Con una mezcla de temor al ala radical de su partido pero con esperanza que pudiéramos vivir como hermanos, se le entregó el país. Todos confiando en él, la clase media que fue decisiva para su victoria, así como sectores empresariales que tradicionalmente se habían opuesto al FMLN en su época más dura como partido comunista, esta vez formaron un comité –que resultó ser non sancto- llamado “Los Amigos de Mauricio”. Y es que él, con mucha razón, representaba la esperanza del cambio.
Con él en el gobierno, los que siempre supimos que sería un mal presidente, empezamos a confirmar nuestra tesis demasiado rápido al ver su prepotencia y abuso de poder. Los que creyeron en él, los que querían creer en lo que él representaba, poco a poco se fueron dando cuenta que era más de los mismo… o peor. Ni durante las dictaduras militares, ni durante la corrupción galopante del PDC de Duarte, se veían tan claras señales de corrupción y mala administración, mezclado con el cinismo de quien se sabe intocable.
Los cinco años se convirtieron en una tortura. Sus programas de radio hacían trizas nuestros nervios al escuchar su tono de voz, a la vez pedante y prepotente. Sus constantes ataques contra todo y todos, especialmente contra la empresa privada, así como contra cualquier actor político que osara llevarle la contraria, reavivó oleadas de odio social que pensábamos ya superadas. Las persecuciones políticas –más adecuadas para una dictadura militar, que de un presidente electo por el pueblo- eran evidentes, llegando a culminar con la muerte de un inocente: Paco Flores.
Por eso y por más, Mauricio Funes marcó el fin de décadas de inocencia que pregonaban que la izquierda era santa, infalible e inmune a los males políticos atribuidos a derecha: corrupción y aplicación de políticas equivocadas. El primer gobierno de izquierda democráticamente electo nos dejó un país crispado, polarizado, dividido, lleno de odio y violencia social, y con una deuda interna e internacional, galopante y asfixiante.
El pueblo le dio la oportunidad a la derecha y a la izquierda de gobernar, por lo que ahora esperamos que nuestros políticos hayan logrado entender de cara al 2019, es que El Salvador ya no es inocente, ya no estamos dispuestos a que nos den atol con el dedo. Ahora lo que esperamos es que presenten buenos candidatos si quieren mover al pueblo a las urnas. De galanes simpáticos que solo hablan paja, tenemos ya de sobra.
*Abogado, máster en leyes.
@MaxMojica