Siempre me ha gustado citar a Calamandrei y, sobre todo, a su obra el “Elogio de los jueces”. El jurista, político y periodista italiano, en la referida obra decía: El Estado siente como esencial el problema de la elección de los jueces, porque sabe que les confía un poder mortífero que, mal empleado, puede convertir en justa la injusticia, obligar a la majestad de la ley a hacerse paladín de la sinrazón e imprimir indeleblemente, sobre la cándida inocencia, el estigma sangriento que la confundirá para siempre con el delito.
Y agregaba: El juez es el derecho hecho hombre; solo de este hombre puedo esperar en la vida práctica la tutela que en abstracto me promete la ley; si este hombre sabe pronunciar a mi favor la palabra de la justicia, podré comprender que el derecho no es una sombra vana.
Estas palabras, escritas en 1935, conservan hoy día toda su actualidad aunque quizá hoy somos más los que las entendemos; al menos por estos rumbos. Digo esto porque poco a poco los ciudadanos hemos ido adquiriendo conciencia de la importancia que tiene el Órgano Judicial, ese que no estamos acostumbrados a escuchar y sobre el cual no estamos acostumbrados a hablar.
El Órgano Judicial ha dejado de ser preocupación exclusiva del gremio de abogados. Ahora es la ciudadanía la que clama por jueces independientes, honestos, académicamente preparados, profundamente conocedores del derecho, que sean conscientes de la realidad en que vivimos y que estén dispuestos a ejercer su facultad de imperio sin disimulo alguno.
La importancia que en nuestro país ha adquirido el Órgano Judicial es tal que importantes representantes de partidos políticos han manifestado públicamente su nefasto deseo de controlarlo, y por sus actuaciones tal parece que están dispuestos a intentarlo a cualquier precio. Ha quedado de manifiesto que ansían desesperados ese poder mortífero.
Pero ya que los ciudadanos hemos entendido la importancia de este Órgano, no podemos quedarnos impávidos antes los descarados esfuerzos por controlarlo, como tampoco debemos ignorar la existencia de malos elementos al interior del mismo.
Debemos unirnos a los esfuerzos encaminados a mantener la independencia del Órgano Judicial, así como a la lucha contra el enquistamiento de la corrupción y el crimen organizado, que lamentablemente ha carcomido buena parte de tan importante Órgano del Estado.
Tenemos que exigir que se depuren los malos jueces, que se aparte a todo aquel que no ha sabido llevar con dignidad la enorme responsabilidad que descansa sobre sus hombros, que se margine a aquel que no ha dimensionado a cabalidad lo que significa tener el poder de juzgar a sus semejantes y que se sancione a todo el que se haya prestado a vender justicia.
En ese sentido, las expresiones realizadas en los últimos días por varios de los magistrados de la Corte Suprema de Justicia, así como las evidencias de que se han comenzado a hacer esfuerzos por profesionalizar y transparentar la labor de la Sección de Investigación Judicial, dejan un muy buen sabor de boca. Son buenas señales de que quizá esta vez, sí vamos a comenzar a ver una verdadera depuración judicial; ojalá así sea.
En ese mismo afán, ya no se pueden seguir callando las consabidas prácticas de ciertos jueces y empleados del Órgano Judicial. Si somos testigos de actos de corrupción o de arbitrariedades disfrazadas de resoluciones, tenemos los mecanismos para denunciarlo públicamente. Ahora podemos ser escuchados con mayor facilidad y tenemos muchas más herramientas al alcance de nuestras manos.
Desde luego que nosotros, los abogados, como operadores usuales del sistema judicial, somos los principalmente llamados a realizar estas denuncias y a no prestarnos a que se perpetúen prácticas alejadas de la legalidad que riñen con nuestro juramento y que, peor aún, nos convierte en cómplices directos de lo que tal vez solo en silencio denunciamos.
Tampoco podemos tolerar que intereses mezquinos, vengan de donde vengan, pretendan tomarse el Órgano Judicial. Si como ciudadanos queremos que en los tribunales se imparta justicia y queremos que el derecho no sea sombra vana, tenemos que preocuparnos porque los procesos de elección de jueces y los procesos de elección de quienes eligen a los jueces, cumplan con lo que ya dice la Constitución y las leyes.
Y esto último pasa por recordar que quienes en 2018 elegirán a los nuevos magistrados de la Corte Suprema de Justicia, deben ser personas de notoria honradez e instrucción. Démosle contenido real a este requisito; como ciudadanos tenemos que saber qué hacer para entonces.
*Colaborador de El Diario de Hoy
@hsaenzm