En contra de los sondeos de opinión que daban como ganador al “sí”, los colombianos se decantaron por el “no” respecto a los acuerdos de paz concertados por Santos y los guerrilleros. La noche misma en que se conoció el resultado de la consulta popular, y los días posteriores, se opinó sobre el resultado. Sin embargo, al menos aquí, quienes comentaron en los medios de comunicación y en las redes sociales, hicieron poco más que defender a Uribe o a Santos. Con la perspectiva de las reacciones de los actores y otros factores, habría que profundizar un poco más en lo sucedido.
Iván Garzón Vallejo, catedrático universitario y periodista escribió, el lunes 26 de septiembre en el periódico El Espectador, una interesante reflexión que tituló “Sí menor”. De la que entresaco algunos párrafos, para comprender mejor lo que pasó el pasado 2 de octubre en Colombia.
Dice: “El acuerdo final puede ser leído como un contrato o como un tratado de paz. Si se lee como un contrato, muchas de sus cláusulas aconsejarían renegociarlo (si ello no fuera inviable), o incluso, rechazarlo en bloque. Sin embargo, aunque en su lenguaje abunden las leyes que se promoverán, las políticas que se implementarán y las comisiones que verificarán, el acuerdo no es un texto jurídico sino político: expresa la decisión bilateral de terminar una guerra”.
“Si el núcleo de lo firmado es el fin de una violencia política, el acuerdo es, ante todo, un tratado de paz, y por eso, lo decisivo es que las FARC desaparecerán como organización insurgente y se comprometen a hacer política sin armas. Ahora bien, como estamos suficientemente prevenidos por la historia de la actitud taimada de unos y de las promesas de papel de los otros, el realismo aconseja una actitud cauta y vigilante. Un Sí menor, para decirlo musicalmente”.
Después de leerlo, queda más claro por qué el acuerdo sometido a consulta no mereció el sí de la mayoría: por las consecuencias inciertas que podría traer, y la división –que se ha visto reflejada en el resultado- de la población colombiana, que después de meses de propaganda de uno y otro lado, terminó enfrentando a los que querían fusilar sin más a los guerrilleros y desenmascarar a sus “patrones” cubanos, con los que promulgaban una paz sin perfiles bien definidos.
Los colombianos, continúa este analista, están divididos entre una falsa disyuntiva: paz o guerra. “Porque los eslóganes emotivos les impidieron recordar que, en términos absolutos, el dilema ya estaba resuelto al final de la década pasada, cuando la voluntad de lucha guerrillera fue doblegada”.
Explica: “un Sí mayor, entusiasta y proselitista tampoco lo aconsejan las eventuales consecuencias no queridas del acuerdo. Las amplísimas competencias -temporales, personales e institucionales- de la Jurisdicción Especial de Paz y la ausencia de una inhabilidad política para los responsables de los crímenes más graves, son solo dos aspectos que podrán ser contraproducentes”.
Al final del artículo aconsejaba a sus lectores votar por el sí, pues “pensar que podría haberse logrado algo mejor es tan seductor como imposible de saber. Lo posible es que este tratado de paz ayudará a dejar atrás el anacronismo de la política armada. Y eso lo justifica”. Sin embargo, la mitad de los votantes pensó distinto que él.
De los dos lados podemos aprender: tanto de los que apostaron por la buena voluntad (que solo se presuponía, pero que no constaba) y apoyaron el sí; como de los que apostaron por la política y el derecho, y asumieron que votar por unos acuerdos encapsulados, sin contar con la clave de acceso que abriera la lata, les podía resultar más caro, y votaron por el no.
*Columnista de El Diario de Hoy.
@carlosmayorare