Esta frase y otras similares las he escuchado muchas veces en boca de los jóvenes. Da la impresión de que, por lo general, las nuevas generaciones están cansadas de los políticos y de sus viejos cuentos.
En 2012, FLACSO publicó una investigación titulada Cultura política y democracia de posconflicto en Centroamérica. En el caso de El Salvador, se dice que el 80 % de los jóvenes están poco o nada interesados con la política.
Recientemente, el Informe 2016 del Latinobarómetro reveló una actitud parecida hacia la política no solo por parte de los jóvenes, sino de los salvadoreños en general.
Según el sondeo, los ciudadanos apoyan menos la democracia. En 2009, el 68 % de los salvadoreños apoyaban este sistema; cinco años después, solo lo hacen el 36 %. Esto se refleja en la baja credibilidad que tienen las instituciones en las que hay políticos. El Gobierno de El Salvador este año tiene una baja calificación de 33 puntos sobre 100. A nivel latinoamericano, los parlamentos solo gozan con 25 puntos de confianza, mientras que los partidos tienen únicamente 17 puntos.
Es de esperarse que la gente tenga estos sentires y percepciones con la clase política que tenemos. Debo admitir que las generalizaciones suelen ser injustas. No todos los políticos “son malos”, pero lo que estamos viendo en el país opaca fácilmente el buen trabajo que intentan hacer algunos.
La situación fiscal y financiera del Estado es deplorable. Lo peor, es que los responsables del desastre y del mal manejo de las finanzas públicas siguen despilfarrando los recursos. Quieren aumentar impuestos y la deuda, en lugar de apretarse los cinturones, hacer sacrificios, recortar gastos e implementar medidas serias para mejorar la recaudación fiscal.
A esto se suma un gran número de empleados públicos, contratos millonarios dudosos y el Presupuesto General 2017 que, según Fusades, tiene un déficit de $808.3 millones.
Al final del día, somos todos los salvadoreños los que pagamos las consecuencias y no solamente ese pequeño grupo de personas que dicen gobernar el país.
Por otra parte, es triste el alto nivel de demagogia y poca transparencia, y no solo a nivel oficialista. La Asamblea Legislativa deja mucho que desear: ya hemos visto cómo nuestro dinero se va en arreglos florales, comidas, viajes y uso indebido de vehículos, por ejemplo.
A pesar de que todo esto nos pueda tener cansados a muchos, la solución a los problemas del país no se encuentra en “estar hartos de los políticos” y mucho menos en sacrificar nuestras libertades y sistema democrático. Regresando al Latinobarómetro, lo más preocupante es que al 62 % de los salvadoreños no les importaría un gobierno autoritario con tal que les resuelvan los problemas.
Platón, probablemente impactado por ver fracasar el sistema que planteaba en La República cuando intentó implementarlo en Siracusa, corrigió sus ideas en Las Leyes. Sin ánimo de entrar a un análisis profundo del tema –pues, entre otras cosas, debemos tener en cuenta que lo que escribió no fue con una visión moderna del Estado–, el filósofo propuso en una de sus últimas obras que se confiara más en las leyes y no en las personas. Aplicándolo a nuestros tiempos, podemos decir que debemos buscar el fortalecimiento de las instituciones.
Es necesario renovar la clase política, pues las instituciones están formadas por humanos, y reclamar a los políticos soluciones concretas.
Lamentablemente, hay algunas personas muy capaces que no quieren involucrarse por miedo a “ensuciarse”.
Ludwig von Mises decía que “la corrupción es un mal inherente a todo gobierno que no está controlado por la opinión pública”. En sentido amplio, entendamos opinión pública por el importante papel que juega la ciudadanía en no dejar pasar una a los políticos, en exigirles sin tregua y en buscar leyes que limiten el poder al Estado.
Es difícil romper este círculo vicioso, pero puede convertirse en virtuoso si nos tomamos en serio el rol de la ciudadanía en una sociedad democrática.
*Periodista
jaime.oriani@eldiariodehoy.com