Latinoamérica vive una época en la que ningún gobernante “recibe hoy aplausos con facilidad”. La afinidad ideológica de los electores está cediendo ante las exigencias de combatir la corrupción y mejorar la calidad de vida. Quienes asisten a votar están siendo influenciados por el comportamiento de los políticos, por el (in) cumplimiento de las promesas que ofrecieron en la campaña anterior y por la celeridad con la que los partidos responden a las peticiones de los habitantes.
Estos son algunos de los hallazgos del informe “Latinobarómetro” en 2016. Se reconoce la continuidad del voto para “elegir” con lo cual los latinoamericanos evidencian que “la soberanía reside en la gente”. Así lo demuestran las cuatro elecciones presidenciales que se celebraron entre 2015 y 2016 en Guatemala, Argentina, Perú y República Dominicana, lo mismo que el referéndum en Bolivia para modificar la Constitución, convocado y perdido por Evo Morales, y las legislativas en Venezuela ganadas por la oposición política.
El informe destaca que estamos asistiendo al fin del “hiperpresidencialismo” y al surgimiento de la “hiperparticipación” expuesta por las multitudinarias concentraciones ciudadanas en diferentes lugares de la región. “Las democracias han empoderado a la gente y esta se lo ha tomado en serio”. Quienes antes fueron evaluados con las más altas calificaciones ahora ocupan los últimos lugares en popularidad. El estudio en referencia señala como ejemplo el de la presidenta de Chile. Michelle Bachelet dejó el poder en 2010 con un 80 % de aprobación y, ahora, en su segundo mandato, “alcanza un piso inédito de índices negativos”. El hundimiento de la gobernante chilena se debe, en parte, al destape del financiamiento ilícito de la política y a un escándalo en el que está involucrado su hijo. “Se podría decir que ningún mandatario latinoamericano cuenta hoy con un capital político acumulado para gastar”.
Esta realidad revela que los gobiernos están siendo elegidos con los “votos del centro” que “una vez votan hacia un lado y en la oportunidad siguiente hacia el otro”. Las encuestas delatan un malestar de la población que exige cambios acelerados y que tolera menos lo que hace cinco años era soportable. Ignorar la corrupción, aceptarla porque las instituciones no pueden contra ella y, peor aún, encubrirla, sugiriendo a los investigados que huyan para evadir la justicia, seguramente son conductas inaguantables que podrían traducirse en un severo castigo electoral.
Es natural que el despertar de la ciudadanía repercuta negativamente en el apoyo a la democracia. La destitución de Rousseff en Brasil, que se agrega a la lista de 13 presidentes que no han podido terminar su mandato desde 1989, y el rechazo a su vicepresidente, Michel Temer, comprueba el poder que la calle y las respectivas Constituciones otorgan al pueblo. En seis países la caída de este indicador ha sido brusca. El respaldo a la democracia ha disminuido entre 2015 y 2016 en Brasil (22 puntos), Chile (11 puntos), Uruguay (8 puntos), Venezuela y Nicaragua (7 puntos) y El Salvador (5 puntos). El caso brasileño es fácilmente explicable por la crisis política que viven; en Chile al igual que en Brasil, el descenso se debe a los casos de corrupción que involucran a “una parte importante de actores políticos y económicos”. Nicaragua inició su declive con la llegada de Daniel Ortega en 2007 y en Venezuela, donde los datos son controversiales porque mantiene los porcentajes de apoyo más altos, estos se han acortado siete puntos en el último año. En el caso salvadoreño la investigación identifica a la “ola de violencia” como la causante del desplome y para Uruguay aún no hay explicación.
El Latinobarómetro indica que los motivos del estancamiento de la democracia son claros. Quienes votan ya no soportan lo que era aceptable hace diez años atrás, porque “la violencia, la corrupción, la desigualdad han existido siempre, son las taras de la región”, sólo que ahora ya no son admisibles.
“Los gobiernos se han bajado de la torre de marfil para pasar a ser simples mortales”. Si los partidos no se suben en la ola de aspiraciones ciudadanas y por el contrario mantienen posiciones ideológicas en los temas apuntados, se arriesgan a recibir, con justa razón, el rechazo del electorado.
*Columnista de El Diario de Hoy