Otro populismo

Parece claro que la gente está dispuesta a dejar la comodidad de su casa si siente que lo hace no solo por una “causa” en abstracto, sino por algo que les afecte directamente.

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/ Foto Por Archivo

Por Carlos Mayora Re*

2016-09-09 8:54:00

No es lo más común que la gente salga a la calle masiva y espontáneamente. Sí lo es que agitadores profesionales organicen marchas y protestas de gente acarreada que, frecuentemente, no saben ni siquiera qué rechazan o por qué se congregan, pero esas, no son multitudinarias. 

Sin embargo, las noticias de otras latitudes nos traen fotos y videos de grandes concentraciones populares. Dejando de lado partidismos intelectuales, es bueno preguntarse ¿qué provoca en Venezuela que se congregue más de un millón de personas en la calle? ¿Qué pasó en Guatemala, cuando la gente presionó desde el asfalto para que sus autoridades fueran llevadas a juicio? ¿Qué hizo que en Colombia se protestara masivamente contra el Ministerio de Educación, hace unos días?

Parece claro que la gente está dispuesta a dejar la comodidad de su casa si siente que lo hace no solo por una “causa” en abstracto, sino por algo que les afecte directamente: la intromisión en la educación de sus hijos por parte del Estado, la escasez de alimentos o de trabajo, la inseguridad, o la deficiencia en los servicios públicos, son causas que evidentemente “sacan” a la gente a la calle. 

Por contraste, los escándalos de corrupción por parte de funcionarios públicos, la situación de emergencia que la pésima administración ha llevado a las finanzas públicas, o el intento de promulgación de leyes con sesgo ideológico, no hacen por sí mismos que nadie ponga un pie en la acera, pues la percepción de las consecuencias de los casos citados es que –erróneamente-, no afectan al ciudadano común y corriente, y éste no mueve un dedo en contra. 

Sin embargo, en estos hipercomunicados tiempos, el poder está más repartido y los ciudadanos cuentan con medios de información que antes eran impensables. Ahora se dispone de formas de cuestionar no solo “el poder”, en abstracto, sino a los poderosos; por lo que, además de los casos en que las personas se ven afectadas directamente, existe ahora, redes sociales mediantes, un nuevo y poderoso aglutinante: la indignación, que —como ha quedado demostrado—, tiene gran capacidad de convocatoria y ha pasado a formar parte del panorama político.

Indignación que puede venir de la envidia —es verdad— provocada por ver cómo viven algunos funcionarios a costillas de los ciudadanos; pero también de la prepotencia y complejo de superioridad que lleva a algunos políticos a pensar que la gente es tonta, y que no se da cuenta de sus sinvergüenzadas, contradicciones e intentos de engaño. 

Cuando la protesta es masiva, difícilmente responde a la atávica tendencia que, como defensa de nuestras posiciones, nos lleva a caricaturizar la postura contraria, y a hacer de las agresiones personales el modo de reaccionar a diferencias ideológicas… Como es bien sabido, se puede engañar a pocos por mucho tiempo, pero difícilmente se puede embaucar a muchos durante mucho tiempo. La calle, entonces, se convierte en piedra de toque no solo para la popularidad o rechazo de un personaje público, o de una política gubernamental concreta, sino que termina por ser un modo transparente de mostrar el sentir de la gente, un populismo a la inversa. Sin embargo, el éxito de las protestas no está en el número de personas que se congreguen. 

En un Estado de derecho, en una sociedad con aspiraciones democráticas, el éxito de las protestas callejeras más o menos numerosas, está primero en el funcionamiento correcto de las instituciones, y luego en el resultado de las urnas. Un éxito que pasa, sin duda alguna, por la ausencia de corrupción e intereses personales, mentalidad de cacique y demás factores que convierten a la democracia de sistema, en excusa para que los aprovechados se perpetúen en el poder. 

*Columnista de El Diario de Hoy.
@carlosmayorare