Chepe y María son compatriotas. Ambos son ciudadanos de un muy, muy lejano país tropical, de nombre Il Salvatore (así, tal cual, como la marca de zapatos, solo que sin el Ferragamo al final). Los dos son empleados públicos, pero sus realidades son diferentes. Chepe es ascensorista, María, en cambio, es enfermera.
Chepe es ascensorista en un edificio en donde opera un Ministerio. Su delicada función consiste en sentarse en un taburete de madera, dentro del ascensor de la institución, presionando con pasmosa exactitud el botón que corresponde al piso al cual el usuario del armatoste se dirige. Hasta que se empleó en el Ministerio, Chepe no sabía que su vocación era ser ascensorista, y es que a fuerza de ser sinceros, antes de ese trabajo, Chepe ignoraba que tenía vocación alguna.
El trabajo le cayó del cielo. No en un sentido estrictamente bíblico, pero sí constituyó todo un milagro, ya que la fama que Chepe tenía como mal trabajador, era legendaria. Él había intentado de todo: desde empleado de carwash, pasando por sereno de pasaje, hasta integrante de un equipo de nado sincronizado. Nada. No pegaba en nada. Cualquier actividad productiva, por mínima que fuese, lo dejaba sin aliento.
Así las cosas, Chepe fue llamado a integrarse a la planilla del Ministerio. El milagro de que consiguiera trabajo, lo provocó ser amigo del tío del suegro de la novia de un funcionario. De hecho, debido a que dicho funcionario había realizado tantos y tantos milagros similares –al repartir a manos llenas empleos innecesarios dentro del Ministerio– motivó que muchos subalternos enviaran una carta al Vaticano para que se iniciara, en vida, su proceso de canonización. Así de milagroso era.
La vida de María es distinta. María conocía de su vocación de enfermera desde niña. Sus recuerdos de infancia incluían cuidar sus muñecas como si fueran pacientes. Decidida como estaba a poner su vida al servicio de los demás, tan pronto terminó su bachillerato, se inscribió en la Escuela Superior de Enfermería.
Los estudios fueron difíciles, pero sus excelentes notas y su actitud positiva, hicieron posible su sueño: vestir con gallardía el uniforme blanco de enfermera, al mejor estilo de Florencia Nightingale. Al momento de entregarle su título, su familia asistió en pleno para compartir –con lágrimas de satisfacción en sus ojos– la alegría de esa soñadora.
Encontrar trabajo en un hospital público no fue fácil. A pesar de su inmejorable récord académico y su disposición al servicio, el problema de María era que no tenía “conectes”. En su curriculum solo aparecían sus excelentes notas y reconocimientos, pero no aparecía ningún padrino importante. Finalmente la encargada de Recursos Humanos del Hospital la llamó: había un interinato dejado por una enfermera con permiso de maternidad. Por su dedicación, el puesto finalmente le fue concedido de forma permanente.
María tiene que trabajar más de 10 horas continuas, sin apenas sentarse. Chepe, en sus días malos, trabaja siete, cómodamente sentado mientras aprieta botones. María no tiene tiempo para política, Chepe asiste alegremente a las marchas que a las que le convoca su jefe y benefactor. Ahora María está preocupada por que han anunciado que no le concederán su escalafón, por lo que continuará devengando seiscientos dólares (menos descuentos) al mes. Chepe está feliz ¿y cómo no estarlo con sus mil trescientos dólares mensuales que gana como ascensorista?
Y es que en ese país de fantasía, se sigue premiando la incapacidad, mientras se castiga al que trabaja y emprende, por eso no extraña que se prefiere continuar en el despilfarro y gastar en cosas sin sentido e innecesarias, que pagar el escalafón a los empleados de salud.
* Abogado, máster en leyes.
@MaxMojica