Diez kilos

Continúa Agnes, “la familia tenía otra misión: ir de compras y llevar al otro lado de la Cortina de Hierro lo que pudieran”. 

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elsalvador.com

Por Ricardo Avelar*

2016-09-13 8:49:00

Agnes nos cuenta una historia, que le había sido transmitida por su protagonista: “en los setenta, una familia de cinco obtuvo un permiso para viajar de Budapest, Hungría, a Viena, Austria, por unos días.

“Además de notar cómo, a diferencia de casa, la gente vestía radiantes colores, sonreía, hacía contacto visual y devolvía los buenos días”, continúa Agnes, “la familia tenía otra misión: ir de compras y llevar al otro lado de la Cortina de Hierro lo que pudieran”.
 
Prosigue: “Con el poco tiempo y los recursos que tenían, los húngaros decidieron que comprarían diez kilos de bananas, pues había sido un mal año y las frutas no estaban disponibles en los establecimientos estatales. Al llegar con el cargamento a la frontera, son detenidos por un agente de aduanas que les prohíbe ingresar sus compras y les da dos opciones: o confiscan todo, o deben comerse los frutos. En un gesto de rechazo a la arbitrariedad del guardia y la idea de no desperdiciar su esfuerzo, la familia optó por lo más complicado: se sentaron a comer, una a una las bananas”. 

Con una sonrisa, Agnes termina la historia aclarando que su amiga no volvió a comer tal fruta en la vida. Esto sucede en un “Tour de los años comunistas”, que ella y su compañía ofrecen día con día en la ciudad de Budapest.
 
En este, el guía lleva a los participantes en un recorrido interactivo por aquellos lugares que marcaron la vida de los húngaros desde 1946 hasta la caída del bloque soviético, a inicio de los noventas. 

Expone los inicios de la “liberación” de Hungría a manos del Ejército Rojo de la Unión Soviética, cuenta cómo les gustó tanto liberarlos que decidieron nunca irse, habla de los levantamientos de 1956, el Comunismo Feliz de János Kádár y la transición hacia la democracia.
 
Si bien el recorrido es turístico e informativo, por momentos en la voz de Agnes suena algo de tristeza y, en otros, esperanza y alegría. 

Supongo que la tristeza viene de sus miles de compatriotas que sufrieron por el delirio de poder más absurdo de la historia moderna. Nos muestra fotografías de niños siendo usados como herramienta de propaganda para el régimen, grises complejos de edificios, reportes de cárceles para presos políticos y centros de trabajo forzado para disidentes, afiches de propaganda e historias como la de su amiga. Todo esto le baja el ánimo por momentos y es comprensible por qué. 

En otros momentos se le escucha felicidad, pues esa realidad no es más que un recuerdo para un pueblo que ahora sonríe, devuelve los buenos días, viste de forma colorida y ha recobrado la capacidad de aspirar a construir un camino que no sea el que trazaron sus líderes desde un escritorio lejano. 

Finalmente, la voz de Agnes es de advertencia. Sin decirlo abiertamente, nos intuye un llamado a la vigilancia del poder y el aprecio por las instituciones democráticas que resguardan nuestros derechos, independientemente de si le caemos bien o no a quien gobierna. 

Y tiene mucha razón. Esos experimentos de dominación no son historia antigua y la despiadada sed de poder y corrupción de algunos parece incapaz de terminar. Queda en nuestras manos no permitir que se repitan esos días, que más familias no tengan que pretender estar de acuerdo con un sistema y que no deban migrar, temporal o permanentemente, para una vida digna.
    

*Columnista de El Diario de Hoy.