Pablo es un joven universitario de 25 años, quien como muchos otros estudiantes, aprovecha el tiempo libre entre clases para vender golosinas en una universidad privada de El Salvador. Hace tres años inició su carrera de Diseño.
La peculiaridad de su venta es el valor agregado que le da a los “churros” salados y picantes de una reconocida marca de golosinas. Tortillitas de maíz, nachos o Toztecas son vendidos por mayor a un precio de 12 bolsitas por un dólar.
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Pablo vende cada churro preparado con sal, limón, salsa inglesa y chile a un precio de $0.25 centavos. En promedio, relata el joven, vende entre 40 y 50 churros diarios. “Las ganancias me sirve para el gasto de fotocopias e impresiones. Además a los estudiantes les gusta la combinación del producto con los ingredientes que le pongo”.
Todas las tardes, Pablo se sienta en una de las mesas cercanas a uno de los chalet de la universidad, para ofrecer productos a los alumnos.
Entre churros preparados y galletas, Pablo también lleva a su centro de estudios panes con ajo, panes con pollo y bebidas enlatadas.
“Entre los churros a veces hago quince dólares diarios. De las bebidas y los panes vendo unos 5 dólares”, relata Pablo.
Pablo es uno de los jóvenes que no se conforma sólo con estudiar sino que también da sus primeros como emprendedor.