La idea que propongo aquí es que el comercio transforma la cultura y que se puede buscar en las metáforas e imágenes subyacentes de una sociedad los vestigios de actividades que son resonancias de sus intercambios comerciales.
El historiador Diodorus Siculus (90 a.C. – 30 a.C.) afirma que la metamorfosis de la historia en mito no es un proceso sencillo ni coherente; su esencia es la transformación de ésta en artefactos culturales como música, poesía y drama que son inseparables de la realidad cotidiana del comercio. Una manera de entender esta metamorfosis es visualizar lo que los filósofos y novelistas propusieron cuando examinaron la relación entre sus ideas y el desarrollo comercial de una sociedad.
Consideremos a Platón, el filósofo político de los políticos, que despreciaba a los comerciantes y animaba el complejo de superioridad de los que se dedican a gobernar Estados. En sus escritos, esta postura se ha filtrado en líneas de continuidad que llegan hasta hoy. Por ejemplo, en su última obra Las Leyes (348 a.C.) Platón declara que cualquier ciudadano (masculino y aristócrata) terrateniente, de las clases altas, que se dedique al comercio deberá ser castigado con encarcelamiento, porque es una actividad vulgar. [The Laws, XI, 920ª en la traducción de Benjamin Jowett].
Por contraste, en su obra La República, Glaucon el hermano de Platón, pide comodidad, más y mejores bienes y servicios especializados como música, artes, etc. Pero, responde Platón a su hermano que satisfacer esta aspiración requiere más comercio y mercados que se desarrollen con vendedores, tiendas y mercaderes que se dediquen al comercio marítimo a larga distancia. Eso, dice Platón, produce un estado lujurioso en el que el deseo por adquirir bienes requiere la práctica de la usura, considerada desde entonces y por siglos una práctica negativa.
Platón argumenta que la comodidad y la opulencia rompen con la armonía social de un Estado asceta y virtuoso como el que se describe en La República. Termina su respuesta a Glaucon con declarar que donde el espíritu comercial y los mercaderes, estimulados por deseos insaciables, asumen el control de la sociedad, la virtud cívica escapa de los moldes tradicionales y el quiebre de la cohesión social es inevitable y se convierte en causa de guerras entre ricos y pobres (La República, VIII, 551d. Traducción de Benjamin Jowett].
Pero la reflexión y el discurso sobre la práctica del comercio no se detiene con Platón y es así como en el año 125 a.C. (500 años más tarde) en la cuenca del Mediterráneo, más precisamente en el Mahgreb, un escritor fenomenal trata el tema con un tono muy distinto, que hasta podríamos calificar de moderno. Es Apuleius un ciudadano romano de Argelia, quien escribió El Asno de oro una novela de aventuras cuyo protagonista es un joven africano, llamado Lucius. Las palabras “de oro” en el título no se refieren al asno (burro), sino a la cualidad exquisita del estilo doreño de Apuleius. Escritor que por cierto era admirado por San Agustín, el gran santo africano, que también admiraba a Cicerón y a Virgilio y de quien se puede argumentar que es igual o más importante que Platón.
En la novela Lucius es transformado en un asno a causa de su insaciable curiosidad y como consecuencia de ello no puede hablar como humano, pero sí puede percibir y entender todo lo que pasa a su alrededor. A través de las aventuras del protagonista nos asomamos al mundo romano de esa época, su magia, su placer sexual, pero además nos deja entender la expansión del comercio.
El Asno de oro, del querido y curioso Apuleius, es la única novela romana que sobrevive con texto completo y al leerla nos abre una ventana a la vida socioeconómica de un área rural del Imperio Romano, al norte de Grecia, famosa por la fantasía y el culto a la diosa Isis.
Lucius, en su forma animal, descubre el secreto para recuperar su forma humana: tiene que comer unas rosas de la procesión de la diosa Isis. En sus viajes buscando las rosas de su curación nos describe, con detalles deliciosos, la vida de los mercados y las prácticas religiosas de las ciudades del norte de Grecia, son casi fotografías antiguas: detalladas y realistas; cómicas caricaturas de la vida cotidiana de la Antigua Grecia de Platón-que ahora es romana.
Un episodio será suficiente para el propósito que nos ocupa aquí. Nos cuenta Lucius, que en las ciudades donde él viaja, no hay guarniciones de las legiones romanas estacionadas en las ciudades, ni aduana, ni policía rural para gobernar las actividades comerciales de la población pobre. Hay muchos mercados y en uno de estos Lucius encuentra a su antiguo amigo, un tal Phythias, quien ahora es edil del mercado y desea exhibir su inflado poder haciéndole a Lucius un favor que éste no le ha pedido. Una situación que resulta cómica.
A falta de otra forma de regulación Phythias aparece e interrumpe una transacción comercial en el mercado en que Lucius ha comprado, a un precio exorbitante, un pescado para su cena que resultó podrido. Phythias insiste, con la pomposidad cómica de su poder, en rectificar la situación en beneficio a su amigo. Así que Phythias demanda con fanfarronería que el mercader cambie el pescado podrido por uno fresco. Pero en el altercado, la cena de Lucius-la canasta con el pescado-queda tirada al suelo. Phythias, en su afán de ayudar y mostrar su superioridad como oficial del mercado, patea todos los demás pescados y Lucius queda sin dinero y sin cena. ¿Sombras del Brexit en el comercio romano y griego?
Al fin, Lucius logra comer las rosas y es restaurado a su forma humana. La metamorfosis hombre-animal-hombre nos da la oportunidad de ver la sociedad comercial de Roma desde la óptica de sus provincias griegas, el funcionamiento del poder comercial, los mercados y la vida de los que viven del comercio. En la novela verídica y cómica de Apuleius el comercio es, simultáneamente, transformado en la esencia de la sociedad. ¿Ironías del poder y del comercio?
Una transformación así aplicada a El Salvador-en la misma manera que Lucius es transformado, para ver con sus ojos humanos el desarrollo del comercio- nos revelará nuevos mercados, puertos, aeropuertos, canales secos y ferrocarriles y será un país que prospera por su comercio. ¡Hay que comer las rosas!
Así que, partiendo del debate sobre el comercio desde Platón hacia Apuleius, los poetas, cineastas y novelistas deberán alistarse para capturar la metamorfosis que se nos avecina en este país. ¡Más rosas, menos Brexit!
Es seguro que hemos avanzado durante los casi últimos 2,500 años desde el mundo antiguo de Grecia y Roma, pero ahora ¿cuál modelo escogeremos, el de Platón o el de Apuleius? FIN