¿Con el cambio, doctor”?, le preguntaron a un amigo en la región oriental que visitaba familiares, dos meses antes (recta final) de la elección presidencial de 2009. El “argumento” de muchos durante la época era que no podíamos estar peor, algo que me negué siempre a aceptar ya que sí podíamos estar peor, mucho peor. El publicista brasileño Joao Santana, ahora vinculado con la operación “Lava Jato” en su país, le puso al slogan de “el cambio” un fino pero vacío envase de porcelana, ilusionando a muchos con que los mejores días de El Salvador estaban por llegar. Era también la época del chavismo, léase populismo puro y duro, financiado por los petrodólares “del compañero”.
Mauricio Funes, ahora “asilado” en Nicaragua, ganó por una diferencia de cerca de sesenta mil votos la elección presidencial de 2009. Inmune fue a la relación de su partido FMLN con el chavismo, ya que su imagen pública fue construida durante dos décadas en la televisión, “desafiando” al poder político y económico. La gente, en su sentir, le vio jugar acorde con las reglas de la democracia. Y los “amigos de Mauricio” tuvieron un rol vital en la recta final cuando con cerradísimos números en las encuestas, idearon promesas como la de la “fábrica de empleos”. La alternancia en el ejercicio del poder, en todo caso, es esencial en la democracia, algo a lo cual Maduro torpe y ciegamente se niega a conceder a la súper mayoría opositora en Venezuela.
Con casi siete años y medio de gobiernos del FMLN, cabe entonces la pregunta ¿Qué tal con “el cambio”? Los estudios de opinión pública, al responder sobre el rumbo que lleva el país, indican en el cruce de encuestas que unos ocho de cada diez salvadoreños piensan que el país va mal o muy mal. Desvanecida la ilusión de “el cambio”, asilado en Nicaragua quien lo abanderó, vale la oportunidad para recordar la cita de Abraham Lincoln: “Puedes engañar a todo el mundo algún tiempo. Puedes engañar a algunos todo el tiempo, pero no puedes engañar a todo el mundo todo el tiempo”.
O para ponerlo como dice el refrán, “la noche es más oscura justo antes del amanecer”, porque efectivamente la gente percibe positivamente los rayos de sol que emergen en cuanto a institucionalidad democrática concierne, con las sentencias de la Sala de lo Constitucional, con el trabajo de la sección de Probidad y decisiones de Corte en pleno y con acciones de la Fiscalía General, impensables en el pasado reciente. Con el apoyo de la gente, la cruzada de la sociedad civil organizada y el apoyo internacional, se fortalecen los pesos y contrapesos que se requieren en una democracia funcional, basada en el Estado de Derecho.
El fracaso del chavismo, claro está, es factor de peso para el reseteo político que está produciéndose en toda la región latinoamericana. Luego de décadas de férrea oposición le llegó el turno de gobernar a “la izquierda latinoamericana” y a pesar del descomunal aumento de los precios de los commodities, que tanto favoreció a países como Venezuela, Brasil, Argentina y Ecuador, lejos de llegarle a la gente beneficios sostenibles –se centraron en el clientelismo político– crecieron como un cáncer la corrupción y la ineficiencia en la gestión publica. Venezuela es el ejemplo más dramático de como un país tan rico en recursos naturales está siendo llevado por el chavismo a condiciones paupérrimas.
De cara a los procesos electorales de 2018 y 2019, El Salvador requiere de un buen programa de gobierno, que al estimular el crecimiento económico genere oportunidades que mejoren la calidad de vida de la gente; que busque resolver integralmente el problema de la inseguridad ciudadana, que fortalezca los pesos y contrapesos de toda democracia funcional y que devuelva la fe –envases vacíos de porcelana aparte– de que es posible en nuestro país la construcción de estadios superiores de superación y de progreso.
*Director Editorial de
El Diario de Hoy.