Los rojos ya le pusieron el ojo a las remesas, pues desde este año quienes las reciban no solo tienen que reportarlas al Banco Central, sino proporcionar una serie de detalles personales. Lo más probable es que, una vez que estén registrados, el siguiente paso, esquilmarlas, es más que predecible, dado su insaciable apetito por lo ajeno.
Como nunca han trabajado, nunca pagado planillas, nunca tenido que pasar las tribulaciones cuando las cosas no van bien y hay que reajustar lo que se viene haciendo, creer que el dinero cae del cielo y cae gracias a gozar de “privilegios”, los del régimen no vacilan en saquear a como dé lugar, a meter mano en bolsillos ajenos.
Y en el caso de las remesas, los rojos no conocen las penurias por las que pasan los hermanos lejanos para sostener a sus familias en este suelo, hacerse de una vivienda para cuando quieran volver, pagar los estudios de hijos e hijas que quedaron aquí.
Muchos de los que envían remesas están como ilegales, por lo que tienen que trabajar en labores que ni los menos capacitados de los residentes quieren, sea como empleados de cocina, limpiando casas, recogiendo fruta, cuidando enfermos, barriendo, moviendo basura…
Y por ilegales o simplemente por no saber el inglés, están forzados a pasar escondidos, sin salir de los lugares donde se han asentado y no corren tanto riesgo de que los descubran y deporten.
Por eso cada centavo que ganan y por el que tienen que pagar impuestos indirectos (impuestos locales, estatales…) es un centavo que lleva una gran carga de sacrificios.
Y es a esos dineros que los rojos quieren caerles encima…
Cada familia con parientes, hermanos, padres, hijos, amigos en Estados Unidos o Europa desde donde envían esas remesas, saben las historias, amarguras y sacrificios que tienen que hacer para ganar dinero y enviar parte de ese dinero a El Salvador, uno de los países cuya gente por más tiempo sostiene los vínculos afectivos entre los que están fuera y los que quedaron acá, quedaron enfrentando una situación que empeora día a día.
Vidas sacrificadas, soledad
de buenos salvadoreños
Una porción de esos hermanos lejanos viven solitarios, pues no logran formar familias sin exponerse a que los descubran y deporten. Y además pasan encerrados una vez que terminan sus jornadas laborales. Y es en esos momentos de soledad y tristeza que anhelan volver pero no se atreven a hacerlo.
Esto vale muy poco para los insaciables de los bienes ajenos, en este caso las remesas que ven como fríos números. De allí la gran pensada: que quienes reciben remesas se registren en el Banco Central y, una vez registrados, se les cobran tasas por trasferencia, como impuestos de renta o como sea…
Ya le encontrarán la manera de hacerse de ese dinero.
A lo que se suman los otros cobradores de impuestos en esta tierra, los pandilleros, que vigilan quienes reciben dineros del exterior para cobrar su comisión. La comisión sobre el sudor, las penurias, la soledad y las tristezas, repetimos, de esos salvadoreños que desde allá envían dinero para sostener a los suyos.
No siempre los que reciben remesas hacen buen uso de ellas; muchos de los familiares se dan lujos que sus parientes del exterior no pueden darse, desde comprar motos y pasarse en las hamacas sin trabajar, hasta robarse parte de lo que se recibe para otros fines…