¿Por qué se celebra Oktoberfest?

Entre septiembre y octubre, Múnich celebra su tradicional fiesta de fama mundial. Conoce su historia 

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elsalvador.com

Por Revista Jet

2016-09-20 8:41:00

Para aquellos que aman viajar y no le huyen a las multitudes, hay celebraciones mundiales que no pueden pasar por alto, de esas que al menos una vez en la vida vale la pena experimentar en carne propia. En esa lista -donde hay que apuntar al Carnaval de Río en Brasil, al San Fermín en España, la fiesta de San Patricio en Irlanda y otras más- no debe faltar el Oktoberfest. Si piensa viajar a Europa entre los meses de septiembre y octubre, no dude en hacer una “escala técnica” en Múnich. Y ni se diga si le gusta la cerveza.


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Por más de 200 años, el Oktoberfest -que significa fiesta de octubre en alemán- se celebra en Múnich y se ha convertido en una de las festividades más tradicionales del mundo. Todo empezó en 1810, cuando con motivo de la boda del príncipe Luis I de Baviera con la princesa Teresa de Sajonia-Hildburghausen se organizó una gran fiesta a la que fueron invitados todos los ciudadanos de Múnich. La celebración consistió en una carrera de caballos. El lugar donde se realizó tomó el nombre de la novia, por eso se le llama Theresienwiese (prado de Teresa).  

Tal fue el éxito, que al año siguiente decidieron repetir la fiesta con otra carrera de caballos hasta volverla una auténtica tradición. Sólo que para escaparle al invierno empezaron a mitad de septiembre y finalizaron el primer domingo de octubre, fechas que aún hoy se mantienen. Con el correr del tiempo los caballos fueron perdiendo protagonismo, el mismo que fue ganando la cerveza hasta convertirse en el eje central de la festividad.

Martillazos

El punto de partida es el “O’zapft is”, ceremonia tradicional de apertura instaurada desde 1950. Consiste en abrir, mediante martillazos, el primer barril de cerveza. Ese honor le toca cada año al alcalde de Múnich. Aquel primer año, Thomas Wimmer necesitó de 19 martillazos para romperlo y su récord, negativo, jamás ha sido superado. El otro récord, el positivo, lo tiene el alcalde Christian Ude, que abrió el barril con solo dos golpes de martillo. 


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Estructurado como si fuera un parque temático de cervezas, uno accede como si fuera DisneyWorld (eso sí, la entrada es gratis) y camina por sus calles y avenidas mientras pasa por una infinidad de carpas, puestos de comidas y otros negocios afines. Se estima que cada año asisten entre 6 y 7 millones de visitantes, por lo que encontrar un lugar para sentarse a comer -y beber- es una misión complicada. Y más todavía, porque no se le vende cerveza a todo aquel que no tenga asiento. 

Pero la experiencia, y seguramente también la espera, vale la pena. Allí solo se sirve cerveza que cumple con los requisitos del Reinheitsgebot, la ley de pureza de la cerveza de 1516 que establece sus ingredientes con los que se puede elaborar la cerveza y exige un mínimo de 6 % de alcohol. Además, la cerveza tiene que ser además fabricada dentro de los límites de la ciudad de Múnich. Las marcas autorizadas son Augustiner, Hacker-Pschorr, Löwenbräu, Paulaner, Spatenbräu y Staaliches Hofbräu.

Para que la cerveza no caiga mal, sobre todo por las cantidades que sirven, siempre es bueno acompañarlo con alguno de la inmensa variedad de platillos que ofrecen los diferentes lugares. Las más pedida es el “Wurst”, una especie de salchicha con carne picada y diversas especies. En realidad, el abanico de embutidos es enorme: desde los Frankfurts y Bratwurts, hasta los Pimmelwurst y Weisswurst. Además, se recomienda probar el codillo de cerdo, llamado localmente Schweinshaxe mit Sauerkraut.

Otro toque colorido lo dan los trajes típicos bávaros, que se han vuelto a poner de moda y durante el Oktoberfest son usados tanto por los locales como por los visitantes extranjeros. En el caso de los hombres, se trata de los lederhosen, unos pantalones de piel bordados con temas alpinos que se sostiene con tiradores. La camisa es blanca, y en algunos casos con cuadros rojos, como lo vemos año a año en la típica foto que se toman los jugadores del Bayern Múnich, invitados de honor a las fiestas. Al vestido de las mujeres se le llama dirndl y tiene la particularidad de que está muy ceñido en la cintura y tiene escote muy pronunciado. 

Las cifras

A largo de sus más de 200 años, sólo se ha dejado de hacer en 24 ocasiones y por razones totalmente justificadas. Fue interrumpida durante las guerras o por epidemias. Por ejemplo, durante la II Guerra Mundial, la Oktoberfest se suspendió entre 1939 y 1948. En el período de postguerra se volvió a celebrar, pero con el nombre “Festival de otoño”, ya que no estaba permitida la venta de cerveza: ninguna bebida podía superar el contenido alcohólico del 2 %. Otra curiosidad es que Albert Einstein, cuando todavía no era científico y tampoco famoso, trabajó en la compañía eléctrica de su tío montando la carpa Schottenhamel en el Oktoberfest de 1896. Por entonces tenía 17 años.

Para dimensionar esta fiesta basta ver algunos de sus números. En los 16 días que dura se sirven alrededor de 7.7 millones de litros de cerveza, además de 94,000 litros de vino y unas 550,000 unidades de pollo. La energía eléctrica que se consume, unos 2,7 millones de kwh, equivale a lo que una familia promedio gastaría en 52 años. Pero nada mejor refleja el Oktoberfest que las estadísticas de los objetos perdidos, ya que la multitud y el exceso de alcohol son capaces de dejarnos perlas como estas: 2.948  objetos extraviados en la más reciente edición, entre ellos ropa, carnés de identidad, teléfonos celulares, dentaduras postizas y los anillos de boda.