“Le sigo preguntando a Dios por qué pasó esto. Le estoy pidiendo que me ayude a entender qué mensaje nos quería mandar”, dijo ayer consternado Arnoldo Granados, 21 horas después del asesinato de su hijo, Máximo Eliseo Portillo, de 23 años.
La víctima fue acribillada el sábado, alrededor de las 3:30 p.m., en el centro de San Rafael Oriente, en San Miguel.
“Cheyo” -como le decían sus parientes y amigos- estudiaba primer año de Agronomía. Desde hace tres años, también trabajaba en el Centro Experimental de Ciencias de la Agronomía de la Facultad Multidisciplinaria de Oriente, de la Universidad de El Salvador (UES).
Portillo y Granados no llevaban la misma sangre, pero este último le abrió las puertas de su hogar hace 10 años.
Arnoldo conoció a la numerosa familia de Máximo, cuando el joven tenía 5 años, al frecuentar a unos parientes en San Luis Talpa, La Paz.
Tiempo después, la madre de Portillo enviudó y pasaba apuros económicos para sostener a sus 10 hijos. Sobrevivían del comercio informal.
Arnoldo y sus padres, quienes le habían tomado cariño al niño, le propusieron a la señora que se los diera para criarlo en el cantón Santa Clara, de San Rafael Oriente.
Cuando tenía 13 años se lo llevaron y lo hicieron sentir que era parte de la familia.
Los Granados lo presentaban con orgullo como su hijo; nunca hicieron distinción con los que engendraron: le dieron techo, alimento, educación y lo formaron en la doctrina cristiana evangélica.
“Era mi único hijo varón. Era mi mano derecha”, lamentó el agrónomo, mientras esperaba en su casa a que la funeraria llevara el féretro.
Portillo fue asesinado cuando se dirigía a un culto, al que fue invitado por su novia. Le dispararon varias veces desde un carro, cuando caminaba a 150 metros de la iglesia. Cerca de él quedó tirada su biblia.
Nadie se explica por qué lo mataron. “Quizá se equivocaron de persona”, dijo con voz entrecortada su madre, queriendo hallar respuestas.
La familia, los feligreses y policías de la zona lo describieron como un joven respetuoso y educado que no se metía en problemas.
Líder en iglesia y trabajo
Máximo supo aprovechar las oportunidades que le salieron en el camino. Cuando su padre no alcanzó a costearle los estudios superiores, él no le hizo mala cara al trabajo.
Empezó a laborar en la UES. Dos años después inició la carrera de Agronomía, siguiendo los pasos de Arnoldo.
Uno de los ingenieros descubrió las habilidades que tenía el joven y, sumadas a su responsabilidad y perseverancia, le delegó la supervisión de los cultivos de hortalizas.
Los conocimientos adquiridos los aplicó en su casa: les dejó un cultivo de tomates. Además, ayudaba a su papá a vender concentrado de rosa de jamaica, negocio que promocionaba en su perfil de Facebook.
Su constancia, buen comportamiento y liderazgo lo llevaron a convertirse, este año, en presidente del grupo de jóvenes de la Iglesia Apóstoles y Profetas Ciudad del Edén.
Le apasionaba tocar el órgano. El pastor de la iglesia, Carlos González, conserva un video que grabó horas antes del asesinato. El estudiante aparece tocando el instrumento, junto con los jóvenes a los que dirigía, en una vigilia.
Ayer por la tarde, unas 200 personas llegaron al velorio de “Cheyo”. A las 8:00 p.m., lo llevarían hacia San Luis Talpa, donde su madre biológica pidió que fuera sepultado.
Máximo quería quedarse para siempre en San Rafael Oriente, pero no olvidaba sus raíces y visitaba a su madre.
“Tengo la seguridad de que él está con Dios, eso me llena de fortaleza”, dijo su padre intentando contener las lágrimas.