La historia universal está plagada de héroes que han dado forma a los sucesos que nos llevan al mundo que conocemos. Se habla de quienes conquistaron grandes territorios, resistieron en trincheras bajo inhumanas condiciones o combatieron con audacia el mal sin ceder a sus tentaciones.
Uno de esos últimos es Juan Montalvo, el célebre periodista ecuatoriano que jugó un importante rol en la caída del dictador Gabriel García Moreno. Tanto en el exilio como en su tierra, denunció constantemente los abusos y desvaríos del régimen teocrático “garcianista” y fueron estas publicaciones las que motivaron al grupo de jóvenes que un día decidieron terminar con la vida del déspota.
Sobre el magnicidio, Montalvo aclaró que no fue el machete de un mercenario el que acabó con García, sino su pluma, sus ideas, el ejercicio de su profesión. De hecho dijo: “Mi pluma lo mató”.
El pasado 31 de julio se celebró en El Salvador el día del periodista y en 2016, tanto como hace siglo y medio, las palabras de Montalvo siguen siendo vigentes: uno de los roles del periodismo es derrumbar los abusos de poder y las excusas que lo justifican. Es sustituir las balas y los tanques por la crítica inquisitiva y el cuestionamiento audaz.
En este sentido, quiero aprovechar este espacio para celebrar a los Montalvos del presente. A quienes desde hace un tiempo me han abierto las puertas y de quienes aprendo día con día esa misión de establecer límites al poder. Y siendo una profesión acostumbrada a las preguntas y no al lugar común o el elogio, se me ocurre que un homenaje digno es, precisamente, hacer algunas preguntas sobre el estado del periodismo actual.
Estimados periodistas…
¿Estamos siendo una “piedra en el zapato”, incomodando a quienes detentan el poder? Si no, ¿qué es lo que nos detiene? El periodismo debe, en todo momento, establecerse como un valladar a cualquier abuso de poder y un vigilante activo del uso de los fondos públicos. El periodismo no deja de preguntar, no suelta un tema grave, no se deja engañar fácilmente, no se compra y no trata con benevolencia e indulgencia al poder. Le cuestiona en todo momento, sea del color que sea.
¿Estamos informando con honestidad intelectual, sin soslayar las faltas de quienes se acercan a como pensamos? ¿No pretendemos magnificar acciones de algunos y meter bajo el tapete las de otros?
¿Estamos haciendo esfuerzos para entender el poder, diseccionarlo y mostrar, como dijo Frédéric Bastiat, “lo que se ve y lo que no se ve” de la política? El periodismo debe contarle al ciudadano un relato coherente, que le permita tener un amplio panorama de quiénes son esas personas que dicen representarlo. Es misión nuestra entrar a los rincones más cavernosos de los partidos y todos los actores, institucionalizados o no, para conocer sus motivaciones, incentivos, idearios y finalidades. Es menester trascender del comunicado y la declaración.
¿Estamos ejercitando la crítica y el diálogo al interior de nuestros medios? ¿Tenemos procesos sanos de retroalimentación? ¿Estamos peleando por nuestros enfoques? Las salas de redacción deben ser lugares de amplia reflexión y debate, donde exista un liderazgo capaz de contrastar sus propias ideas y entender, como escribió Friedrich Hayek en “Fundamentos de la libertad”, que el conocimiento está disperso y es mediante la interacción de ideas que se fortalece.
¿Estamos poniendo la información de calidad sobre el chisme y el espectáculo? ¿Evitamos caer en “lo viral”, en la nota fácil? Uno de nuestros mandatos es incomodar al mismo lector, proveerle información que le genere inquietud, fomentar la inconformidad en un país que no termina de estar bien. ¿Nos comprometemos con la verdad por preocupante que esta sea?
Finalmente, ¿estamos dispuestos a luchar para que estos y otros temas sean una realidad y no un idealismo? ¿Estamos listos para vernos a nosotros mismos con un lente crítico? ¿Nos comprometemos a usar nuestra pluma para matar todo vestigio de autoritarismo y corrupción? Y si no lo estamos, ¿por qué hacemos lo que hacemos?
*Columnista de El Diario de Hoy.