Nini: ni indiferencia, ni independencia

En lugar de permitirles a los jóvenes emanciparse a sí mismos, a través de la inversión en educación, salud y empleos, este gasta en programas que limitan su movimiento social y personal.

descripción de la imagen
elsalvador.com

Por Andrés Betancourt*

2016-08-05 5:43:00

El reciente anuncio por parte del Gobierno, de entregar dinero a los ninis, destapa la caja de Pandora del intervencionismo gubernamental y marca un límite de donde la denominada “inversión social” pasa de ser una ventana de oportunidad a una cadena de dependencia.

Dicho razonamiento fue contemplado por el político, escritor y dramaturgo checo, Vaclav Havel, quien a través de su ensayo “El Poder de los Sin Poder”, reveló cómo la supervivencia de todo Estado autoritario se basa en el dominio de la movilidad del individuo. 

Situado en el corazón de la Praga Comunista, donde el Estado controla, desde el aire que se respira hasta el lugar y la posición en donde se trabaja, el ensayo describe a un verdulero colgando, en las ventanas de su negocio, un cartel con el eslogan “¡Proletarios de todo el mundo, uníos!”.

Havel cuestiona por qué lo hace. “¿Para demostrar un sentimiento propio?” o “¿Porque realmente cree en lo que dice…?” Tras conocer que todos sus compañeros de profesión hacen exactamente lo mismo, Havel descubre que el verdulero “más bien lo hace porque así lo tiene que hacer”, “porque así lo hacen todos y para ahorrarse problemas”…

El personaje colgó el cartel porque eso se espera de él. Es su deber y esa es su posición en el Sistema. Para pertenecer al mismo, y no vivir en un aislamiento social. Para no correr el riesgo de perder su relativa paz, tranquilidad y seguridad.  Pero ¿qué le sucedería si se rehusara a abandonar una actividad tan trivial? Según Havel, este perdería desde su empleo hasta la educación de sus hijos, ya que, en efecto, estaría afirmando su salida del círculo de dependencia estatal. El verdulero está atado a su rol y al miedo de perder el mismo. No existe oportunidad de movimiento alguno, tanto en lo social como en lo personal. El Sistema consume su voluntad, lo vuelve un objeto ideológico. Él “vive una mentira” y el Estado sobrevive gracias a ella.

Un patrón similar se respira en El Salvador. Si bien es cierto que, por el momento, no predomina un sistema autoritario, existen indicios que muestran a un Gobierno al que se le ha pasado la mano. El programa del Ejecutivo está dirigido a uno de los sectores más amplios y vulnerables de nuestra sociedad. No obstante, en lugar de permitirles a los jóvenes emanciparse a sí mismos, a través de la inversión en educación, salud y generación de empleos, este gasta en programas que limitan su movimiento social y personal.

El recibir dinero gratuitamente encadena la situación económica personal del joven, al Régimen. Dado que es tanta la necesidad de dicho sector poblacional, el miedo a no tener el beneficio lo lleva a perder, tanto consciente como inconscientemente, su autonomía política. Es muy lógico votar por alguien que provea fondos sin nada a cambio, así como lo es tener miedo a perder los mismos. Como resultado el individuo se ve atrapado en dos jaulas. La primera le limita el progreso social, ya que el costo de oportunidad de la propuesta es el no invertir en educación y empleos. La segunda le restringe la optimización del voto, uno de los únicos mecanismos a través del cual puede generar cambio en su situación. Tal como en el caso del verdulero, el Régimen estanca a la persona en un callejón sin salida.

El pasado revela cómo la base de todo régimen autoritario es la inmovilización y subsecuente conversión del individuo a un objeto ideológico. Para que un partido tenga la “sartén por el mango” del Estado Salvadoreño, debe de controlar a la población joven en crecimiento. Por eso a aquellos que ni estudian ni trabajan no hay que verlos con indiferencia, ya que peligra su independencia. 

*Estudiante de Economía 
y Ciencias Políticas