El Salvador, antes conocido como “el país de la sonrisa”, ha pasado a ser un pueblo pesimista, sin optimismo ni entusiasmo por un futuro que se ve color de hormiga. Hoy se terminan las Fiestas Agostinas, con diversiones para todas las edades y gustos, centradas en la tradicional ceremonia de la Bajada, en que nuestro Santo Patrono, el Divino Salvador del Mundo, nos recuerda el milagro de la Transfiguración. ¿Cómo hacer que se repita en el país que lleva Su nombre, esa transfiguración, despertando nuevamente la virtud de la esperanza, para volver a creer que vendrán días mejores?
No vendrán de un gobierno que ha demostrado que el pueblo no le interesa. Ni dejemos la responsabilidad a las gremiales, ni a los empresarios. Quienes podemos levantar a este país, y a las futuras generaciones, somos los salvadoreños, pero no en masa ni en grupo, confiando en que quienes más tienen o pueden, realicen el milagro. Ese milagro lo vamos a realizar cada uno de nosotros, en la medida de nuestras posibilidades, usando los talentos, muchos o pocos, que nos dio el Señor.
El Salvador está colmado de personas generosas que dedican su tiempo y talentos para beneficiar a otros menos favorecidos. Personas anónimas, que con su ejemplo, motivan a otros a querer dar más, afirmando que la felicidad verdadera solo se encuentra en servir. Quiero mencionar algunos casos de Salvadoreños Comprometidos, que son un ejemplo a seguir, por la labor heroica que desempeñan.
A. de L. es una mujer jubilada, de 74 años, que dirige en Lourdes, Colón, un ambicioso proyecto llamado “Casa de la Mujer”, un recinto de paz, donde diariamente, decenas de mujeres reciben estima y respeto, mientras desarrollan habilidades para ayudarles en la inserción laboral.
R.R. heredó de su padre y hermanos la pasión por el judo, pero jamás pensó que este deporte le llevaría a dar oportunidades a cientos de niños y jóvenes en San Martín y municipios vecinos, en su Escuela de Judo, que alberga 200 alumnos, entre ellos destacados atletas que han representado al país internacionalmente.
L. de G. Tuvo a su hija enferma en el hospital Bloom, y esto la llevó a iniciar “Corazones Solidarios” para dar alimentación a los padres de familia que tienen a sus hijos internados en ese hospital. Comenzó repartiendo 14 platos de comida los sábados, y al sumarse más voluntarias a este apostolado, hoy reparten 300 platos semanales.
E. M. es ingeniero agrónomo y maestro de Ciencias en el Instituto Nacional de Gualococti, Morazán. Pero su amor por la música le ha llevado a transmitirlo, a muchos jóvenes, dando vida, con los pocos instrumentos que posee, a bandas, coros y agrupaciones artísticas, porque está convencido que invertir en la niñez es la solución.
S.M., como pescador, ha desafiado toda su vida las olas del mar, tenacidad que le ha llevado a convertirse en un sólido apoyo a su comunidad. Desde hace 15 años, da clases de fútbol playa, ad honorem, a los niños del único centro escolar de la Barra de Santiago, Ahuachapán. Entre sus alumnos se cuenta al mundialista Frank Velásquez.
¿Qué diferencia hay entre estos abnegados salvadoreños y nosotros? Únicamente la convicción de que tenemos en nuestras manos la posibilidad de recuperar la esperanza a tantos que la han perdido, sin necesidad de integrar comisiones, cobrar sueldos o ser miembros de una ONG. Y que tal vez, mirando a nuestro alrededor con otros ojos y el deseo de servir, tendremos la satisfacción de saber que estamos construyendo las bases para un futuro de optimismo y esperanza.
*Columnista de El Diario de Hoy.