En Nicaragua, ese dicho medio cursi sobre la unión familiar que recomienda que “las familias que (inserte el verbo de su elección aquí) unidas permanecen unidas”, lo redefinieron Daniel Ortega y su esposa Rosario Murillo la semana pasada: “Familia que establece una dictadura familiar unida, permanece unida”. No les vendría mal hacer camisetas o figuritas de porcelana con el dicho, porque ni son los primeros que lo intentan, y así como funciona nuestra Latino América, no serán los últimos.
Ortega presentó ante el tribunal electoral la semana pasada su candidatura para reelegirse para un tercer período. Quién sabe si es fanático de la serie de Netflix House of Cards y quiso emularla, o si su intención es “modernizar” un status quo que lleva cerca de una década, o si esta es una extraña manera de impulsar el feminismo, o si en su corazón enamorado esta es su idea de un gesto romántico insuperable, pero el hecho es que su compañera de fórmula será su también compañera de vida, Rosario Murillo.
A ver, de originales no tienen nada. Intentos similares hicieron los Colom en Guatemala (intentos que fueron frustrados por la constitución y la sensatez judicial), y los Perón en Argentina (con Isabel Perón, pues con Eva no lo lograron). No por haberse hecho antes es menos problemático este mecanismo —que en ocasiones anteriores he llamado “primerdamismo”— de ejercer el poder. El debate debe de ir más allá del de la cercanía de los vínculos conyugales y los obvios conflictos de interés que a partir de ellos se generan. Esta es una discusión un poco sobre feminismo y un poco sobre poder y sobre qué se puede y no se puede hacer con él en una república. La discusión incluye, por lo tanto, saber hasta qué punto puede llamársele república a un sistema de gobierno en el que los principios de la separación de poderes, la limitación a la continuidad y de la herencia del poder son ignorados.
Este ejercicio del poder “en pareja” —como lo hace el primerdamismo— da lugar a los traspasos hereditarios de poder que justamente suponíamos sustituir con democracia. De la candidatura de Rosario Murillo es innegablemente positivo el incremento en la visibilidad y representación política para las mujeres. Sin embargo, bajo la misma perspectiva de avanzar la causa de la igualdad de género, el primerdamismo también envía a las mujeres un mensaje opuesto: que la vía más certera para llegar al poder no es a través de la construcción de una carrera política sólida basada en méritos. El primerdamismo ilustra que para que una mujer logre visibilidad y representación en las estructuras de poder formal, no le basta pues, con tener ambición política. Debe, además, casarse con alguien que también la tenga. Y eso, en definitiva, termina anulando el propio principio de igualdad de género.
Por el otro lado, con la candidatura de Murillo únicamente se está institucionalizando un rol que de manera informal y sin mandato democrático ella llevaba ejerciendo por años. Se decía que era “el poder detrás del trono” y su influencia en el ámbito de la política pública ha sido ampliamente documentada. Lo único que estaría cambiando es el nombre, echándole una capa de legitimidad electoral para dar apariencia democrática a lo que a todas luces es un atropello. Atropello que por cierto, posiblemente será aplaudido y celebrado por los mismitos demagogos retrógradas de nuestra región tropical que llaman “desestabilización” o “golpe de estado” a cualquier choque o contrapeso al poder, de los ordinarios, regulares, y silvestres que ocurren en una democracia plural.
*Lic. en derecho de ESEN
con maestría en Políticas Públicas
de Georgetown University.
Columnista de El Diario de Hoy.
@crislopezg