Roberto Salomón, la gran figura del teatro salvadoreño, citó, en ocasión de recibir el Premio Nacional de Cultura 2014, un discurso de Víctor Hugo ante la Asamblea francesa abogando por la cultura, la necesidad de apoyar no sólo la educación de niños y jóvenes, sino el conjunto de manifestaciones culturales, de todo lo que aniquila la ignorancia, la indiferencia, el mal gusto, el mal pensar.
Hitler, en un momento de irreverencia y soberbia, burlonamente preguntó “cuántas divisiones (militares) tenía el Papa”, lo que en nuestro caso equivale a cuestionar si la cultura contribuye al bienestar material, si agrega a la riqueza de los países o es, en cambio, un adorno innecesario.
La respuesta la han dado entidades como el Banco Mundial en un estudio, demostrando que las instituciones, lo intangible que reside en las entrañas del saber, duplican la riqueza material.
El ejemplo que se usó fue Suiza: si se hace un inventario de todas sus riquezas materiales, del valor de sus tierras, sus fábricas, de su infraestructura, de sus patentes y sus marcas, de la energía producida por sus embalses, etc., todo esto es menos de la mitad del bienestar suizo; la otra mitad se deriva de sus instituciones, su saber, del orden ciudadano, de sus paisajes y su acervo cultural.
Víctor Hugo no tenía posibilidad –la época no la tuvo– de hacer esas mediciones, pero se daba perfecta cuenta del peso negativo que la ignorancia, la cortedad de espíritu, lo mezquino tiene sobre los pueblos.
Y por lo mismo, combatir el no saber, el no entender, el no mirar, es esencial para el progreso de las naciones.
En el mal sentido, los salvadoreños estamos atrapados por la falta de cultura, de refinamiento, de entendederas, de clase de la pequeña masa de fanatizados que tienen en sus manos el país.
Nunca se les mira en actos culturales, nunca en exposiciones, nunca en conferencias, nunca en conciertos. Y cuando ellos mismos montan una exhibición, como la de las pinturas adquiridas por la Asamblea, los diputados llegan a comer y platicar, no a ver ni menos a tratar de entender.
En su discurso de 1848, Víctor Hugo dijo: “¿Cuál es el gran peligro de la situación actual? La ignorancia. La ignorancia aún más que la miseria (…) ¡Y en un momento como éste, ante un peligro tal, se piensa en atacar, mutilar, socavar todas estas instituciones que tienen como objetivo expreso perseguir, destruir la ignorancia!”.
Indoctrinar y embrutecer
empobrecen tremendamente
Aquí y ahora estamos frente a una doble señal de fallido entendimiento, de no comprender del papel de la educación y de la libertad para pensar y hacer cultura.
Por una parte, el ruinoso estado de muchas escuelas, indicando que proveer positivos ambientes para enseñar a niños y jóvenes no es una prioridad bajo el actual régimen. Y otra señal es que en vez de motivar comunidades haciéndolas participar en la reconstrucción de sus escuelas, lo que hacen es repartir zapatitos y uniformes que no pagan a quienes los elaboran.
Por el otro, más grave, confundir la indoctrinación, los lavados de cerebro, los esfuerzos para embrutecer, con educación necesaria. Pero eso, al revés del papel engrandecedor de la cultura como lo señala el Banco Mundial, conduce a mayor empobrecimiento, a discordia, a mezquindad, a la barbarie.
Nadie debe extrañarse de la crisis que sufre El Salvador.