Thérèse Hargot es diplomada en Filosofía y Sociedad por la Sorbona de París, máster en Ciencias de la Familia y de la Sexualidad. Ha publicado recientemente Une jeunesse sexuellement libérée (ou presque) [Una juventud sexualmente liberada (o casi)], un ensayo que presenta una cara de la sexualidad que cuestiona los dogmas de moda en torno al tema.
Sostiene que, aunque todo parecería indicar que hemos sido liberados de las viejas trabas y normas por la revolución sexual, lo que ha sucedido no es más que una sustitución: entre la pornografía y una moral meramente higienista, nunca como hoy ha sido menos libre la sexualidad.
Explica que en el campo de la moral y costumbres, a fin de cuentas, no ha cambiado nada, las viejas normas no fueron abolidas, sino solo sustituidas: tenemos una especie de imposición, nos sentimos obligados, debemos portarnos de unos modos determinados, lucir de acuerdo a unos patrones estéticos, aceptar constricciones y patrones externos transmitidos culturalmente.
Del “no hay que tener relaciones sexuales antes del matrimonio” —explica—, hemos pasado a que hay que “tenerlas lo antes posible”. Del deber de procrear, se ha pasado al deber de tener sexo. Antes, las normas eran dadas por instituciones; hoy las dan la industria pornográfica. La pornografía es el nuevo vector normativo en materia de vida sexual.
De unas normas explícitas y externas a la persona; hemos pasado a otras interiores e implícitas. Cada quien ¿decide? Cómo comportarse en la vida privada, al mismo tiempo que no juzga a nadie pues no soportaría ser juzgado por los demás. Hoy, dice, “es casi peor: como nos creemos liberados, no tenemos conciencia de estar sometidos”.
Una situación que afecta tanto a hombres como a mujeres. Permanecen los estereotipos: el hombre debe rendir bien para tener éxito sexual; la prestación de la mujer está en relación con los cánones estéticos. Se lleva la peor parte: “la promesa «mi cuerpo me pertenece» se ha transformado en ‘mi cuerpo está disponible’: utilizable para la pulsión sexual masculina, que no tiene ninguna restricción. La anticoncepción, el aborto, el ‘dominio’ de la procreación pesan solo sobre la mujer”.
Es asesora de muchos colegios en Francia, por eso es importante poner atención cuando dice que lo más destacado actualmente es el impacto de la pornografía en su manera de concebir la sexualidad. “Con el desarrollo de las tecnologías y de internet, la pornografía se ha convertido en algo excesivamente accesible. Desde una edad muy joven condiciona la curiosidad sexual en niños y niñas (…). Pero, más allá de las páginas web pornográficas, podemos hablar de una ‘cultura porno’ presente en los videoclips, en los reality shows, en la música, en la publicidad, etc.”.
Los menores de edad se ven seriamente afectados por esta falsa liberación: “en principio, la moral del consentimiento es algo muy justo: se trata de decir que somos libres porque estamos de acuerdo. Pero hemos extendido este principio a los niños, exigiéndoles que se comporten como adultos, capaces de decir sí o no. Ahora bien, los niños no son capaces de decir que no. Nuestra sociedad tiene tendencia a olvidar la noción de mayoría de edad y madurez. Por debajo de una cierta edad, hay una inmadurez afectiva que nos hace incapaces de decir ‘no’. No hay consentimiento”. No hay libertad.
¿Cómo proteger a los niños y niñas? Con la educación. Hay que enseñarles a convertirse en hombres y mujeres, ayudarles a desarrollar su personalidad. La sexualidad es secundaria respecto a la personalidad. Antes de hablar de preservativos, anticoncepción, género y aborto hay que ayudarles a formarse, a desarrollar una estima de sí mismos. No necesitamos cursos de educación sexual, sino de filosofía. Concluye.
*Columnista de El Diario de Hoy
@carlosmayorare