La noche polar sucede en aquellas regiones en las que el Sol se encuentra por debajo del horizonte. En ellas, la noche varía de 20 horas en el círculo polar ártico (generando únicamente 4 horas de luz tenue), a 179 períodos de veinticuatro horas de noche cerrada en los polos.
Para muchas de las personas que por alguna razón habitan en dichas regiones, la falta de luz solar es causante de tristeza y falta de energía, generando asimismo profundas depresiones, que, en casos severos, desembocan en alcoholismo, drogadicción o suicidio. La angustia de los habitantes de estas zonas sin luz a veces puede durar todo el invierno, es decir, mientras dura esa larga y fría noche polar.
La noche polar es algo desconocido en un templado paraíso como El Salvador; pero si algo hemos conocido en nuestras tropicales latitudes, es la larga noche de la corrupción.
La corrupción en nuestro país ha sido endémica, podríamos decir que hasta es “democrática”, ya que no ha sido patrimonio de un partido político o de una ideología. La han padecido, impulsado y medrado de ella, gobiernos militares, Juntas de Gobierno, gobiernos democráticamente electos; presidentes de izquierda y de derecha; funcionarios de elección popular, tanto como funcionarios de segundo grado. Se han aprovechado de ella, desde los cargos más humildes del escalafón hasta las más altas magistraturas.
La corrupción es pervertida y pervertidora. Hemos visto cómo personas que se perfilaban como “paladines de los pobres”, han sucumbido ante la tentación de apropiarse del dinero del pueblo. Esos que en las plazas públicas y programas de opinión señalaban la corrupción ajena, pronto se llenaron sus propios bolsillos con fondos provenientes de la corrupción propia.
Algunos corruptos actúan en la sombra -quizás motivados por la vergüenza derivada del conocimiento que estaban haciendo algo malo-; otros, cínicamente, a plena luz del día, quizás viéndose a sí mismos como “intocables”. Todo lo cual ocurre ante la mirada impotente de la ciudadanía. Esa ciudadanía que todos los días sale a la rebusca del pan diario, por que al contrario de los corruptos, sabe –al mejor estilo bíblico- que si no trabaja, no come.
Conocer que vivimos en un país sembrado de muertos y desaparecidos, en donde la clase política prefiere esconder la cabeza como el avestruz, en vez de buscar consensos para solucionar los graves y urgentes problemas que vivimos los ciudadanos, ha generado que la gente viva en desesperanza. Ahora, desconfiamos de todo y de todos, todo lo cual se patentiza al momento de que somos convocados a las urnas: 48% de los salvadoreños con edad de votar, evadimos la responsabilidad de elegir al Presidente; apatía que llega hasta el 62%, cuando se trata de elegir a alcaldes y diputados.
¿Por qué? La respuestas es fácil: hemos dejado de creer. Percibimos las promesas de nuestros dirigentes políticos como burdos intentos de seguirnos engañando. Escuchamos las declaraciones de ministros, diputados, alcaldes, fiscales y demás funcionarios, sin prestarles mayor atención, sabedores de que únicamente las dicen para oírse bien, sin la más mínima intención de realmente llevar a cabo lo que ofrecen.
En ese ambiente de desesperanza aparece en la escena política el Fiscal Douglas Meléndez Ruiz. El nuevo encargado del Ministerio Público ha generado las primeras acciones contundentes contra importantes estructuras de corrupción, enquistadas por años en el aparato estatal. Muchas voces dicen que es muy pronto para tener esperanza, yo disiento: quiero creer. Creer que finalmente ha venido alguien a hacer valer el Estado de Derecho. ¿Y quién quita? Quizás el sol finalmente está saliendo; saliendo para dar por terminada esta larga noche de la corrupción en El Salvador.
*Abogado, máster en leyes.
@MaxMojica