Quienes son fanáticos de Juanga no pueden evitar ducharse en la mañana con una calmada melodía suya de fondo, entre ellas, “Por qué me haces llorar”, y concluir el ritual con el popurrí “Me nace del corazón”, para salir cargado y positivo a enfrentar el tráfico.
Cargar un CD de Juan Gabriel en el auto prácticamente es imperativo para no sucumbir a la intolerancia de los atascos vehiculares de nuestra capital. Es mejor subirle el volumen al “Noa Noa” o a “Soy insensible” que ponerse a pelear un carril de la calle.
No teníamos ese privilegio hace 21 años, de acercar y portar con nosotros la melodía o el video de nuestras estrellas, para disfrutarlo en cualquier momento. Salir a trabajar implicaba desconectarse de nuestras frivolidades, pero esa tarde de marzo de 1995 no fue así. Laboraba para el periódico La Noticia como periodista legislativa y Juanga fue parte de la agenda de ese día para los diputados.
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Recién firmados los Acuerdos de Paz, parecía insustancial que los legisladores dedicaran parte de su tiempo a banalidades artísticas, pero por tratarse de Juan Gabriel el asunto adquirió tintes de importancia nacional y de misión especial para la comitiva de periodistas que cubrían para entonces la Asamblea Legislativa.
Fue la diputada Mélida Villatoro quien se encargó de los preparativos de bienvenida del Divo de Juárez, quien ese día daba un concierto en el Gimnasio Nacional.
¿Qué hacía una comitiva parlamentaria y de periodistas legislativos recibiendo a un artista mexicano? A estas alturas de la vida, no lo recuerdo y tal vez algunos de los colegas de la época que lean esta crónica puedan hacerlo, se los agradeceré, pero lo que sí tengo bien presente es que llegamos al salón VIP del Aeropuerto Internacional, cargados de nervios y emociones encontradas. ¡Es que recibir a Juan Gabriel era un privilegio que no íbamos a tener nunca más en nuestras vidas y menos de forma sorpresiva!
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Era cerca del mediodía y Juanga bajó de su avión como la persona más sencilla de las estrellas de entonces: a pie, sin ínfulas, sin gafas de sol y sin guardaespaldas. Saludó a medio mundo y vimos entrar a un divo vestido de traje regional de manta y chanclas de cuero. “Buenas tardes mis amores”, expresó al entrar a la sala VIP, donde toooodos nos envolvimos de su sencillez, de su carisma, de su hablar suave y calmado, sin presunciones.
Tuvo la paciencia del mundo para responder cada pregunta de los periodistas y luego la cortesía de firmar autógrafos. Era el momento que se debía aprovechar para tomarse fotos con Juanga y para entonces, hace dos décadas, si no se tenía influencias con los fotógrafos destacados en misiones importantes, se quedaba borrado de la historia. ¡No había foto y punto! Hoy en día, basta portar un buen “smartphone” de doble cámara para hacerse un “selfie” y subirlo a las redes sociales, pero en 1995, mi “selfie” con Juanga lo hizo el colega Ernesto Rivas, uno de los mejores del gremio, hasta la fecha.
Esa emoción de tener una foto con Juanga debía esperar casi tres días, para revelar el rollo, presumir la imagen a nuestros conocidos y a la familia y pare de contar. Yo he tenido que esperar 21 años para compartirla masivamente en WhatsApp, Twitter y Facebook, aunque me critiquen el “look” moreno de Farrah Fawcett. ¡Me vale!
Apiñados en el salón VIP del Aeropuerto Internacional, nos ofuscamos por ser los primeros en conseguir el autógrafo de Juanga (antes, en lugar del selfie, lo más importante era conseguir, a toda costa, el autógrafo de su astro). El temor era que su “manager” fuera a interrumpirnos y a llevárselo muy lejos de nosotros hasta nunca más volver. Arranqué a toda prisa una hoja de mi cuaderno de apuntes y cuando llegó el turno conseguí la joya del día: estar frente a Juanga, apenas a unos centímetros de distancia, verlo a los ojos y conversar con él. “Cómo estás, cómo te llamas”, dijo, y luego estampó su dedicatoria con una letra Palmer impecable.
Salió del VIP y nos dijo “hasta luego mis amores”.