La ventana rota

Para sanar su enfermiza falta de recursos, el Estado coquetea con remedios peligrosos y potencialmente devastadores

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Eduardo Lara, director técnico de la Sub 20, de El Salvador / Foto Por Huber Rosales

Por Ricardo Avelar*

2016-07-05 8:56:00

Uno de los momentos más memorables en la adaptación estadounidense de la comedia The Office es cuando el excéntrico personaje Dwight Schrute hace un simulacro de incendio en el lugar de trabajo. Preocupado por la poca preparación de sus colegas para lidiar con accidentes, este decide armar un incendio pequeño en la oficina y poner a prueba los protocolos de emergencia.
 
Tras un completo ambiente de histeria, confusión y profundos daños en la oficina, Dwight anuncia que todo fue un simulacro y recuerda la lección más importante: “los bienes son reemplazables, las vidas no”.
 
Sus intenciones pueden ser loables: su preocupación era la poca preparación de las personas para lidiar con un incidente posiblemente desastroso. Y al final demostró su punto, pero en el proceso destrozó una oficina completa y generó lazos de desconfianza. Todo por dar una lección. 

Este absurdo episodio es como la “Falacia de la ventana rota”, expuesta por el economista francés Frédéric Bastiat, quien en el siglo XIX ilustró el caso de un joven que destroza el cristal de un negocio. Cuando los vecinos acuden a la escena, discuten sobre lo sucedido y uno de ellos admite que ve esto como una oportunidad para invertir en un nuevo cristal y que esto colabore a dinamizar y reactivar la economía.
 
Si bien en un inicio el argumento pudo ser sensato, el dueño del negocio afectado le contradice y afirma que para él esto es una pérdida. Sin esta destrucción del cristal, él podría haber empleado sus recursos en algo más y, de cualquier manera, mover la economía. 

Este ejemplo nos advierte la dificultad de justificar la destrucción de propiedad o riqueza esperando una retribución mayor. Si bien en lo inmediato hay una aparente ganancia, esta no borra la pérdida inicial del fruto del trabajo de alguien. 

Lo que debería ser un vistoso ejemplo es para nosotros una realidad. El gobierno de El Salvador, en su desesperada búsqueda de recursos, parece practicar de cuando en cuando un ejercicio de romper cristales, esperando ganar un poquito en cada gestión. 

Piense por un segundo en la política tributaria de este gobierno (y digo tributaria, pues se enfoca únicamente en cuánto se recauda y no en otros componentes fiscales, como la eficiencia en el gasto o la transparencia). Se anuncian cargos/impuestos con frecuencia y en todos se arguye que es para sostener el componente social del Estado, y se apela al sentido de solidaridad o el más reciente llamado al sacrificio.
 
Lo que no se mira es el otro lado de la moneda, donde reside el cristal roto: no se puede hacer crecer a una sociedad a la cual se le cambian constantemente las reglas del juego y se le extraen recursos importantes que, de otra forma, podría emplear el contribuyente en el ahorro o consumo de su elección.

Para sanar su enfermiza falta de recursos, el Estado coquetea con remedios peligrosos y potencialmente devastadores, ignorando que hay un enorme componente de irresponsabilidad en el gasto que no han querido siquiera discutir honestamente.

No se puede pretender salir de este agujero castigando el bolsillo del ciudadano sin que este reciba servicios públicos de calidad, por lo que de cualquier manera incurrirá en doble gasto: si la seguridad no mejora, recurrirá al guardia privado, si la escuela sigue en ruinas, buscará el colegio privado, si no hay medicinas… Cada fallo del Estado, el individuo lo paga dos veces.

En tanto, las ganancias son fugaces. Cada “sacrificio” del contribuyente tiene fecha de caducidad. Estamos dando parches temporales y la crisis reinicia. Quizá hay un beneficio momentáneo -ganar tiempo para el pago de deuda vencida o salarios de servidores públicos-, pero el costo es devastador.

Si seguimos pretendiendo avanzar por medio de la destrucción de la capacidad económica de la ciudadanía, llegaremos a un punto donde no habrá más cristales que romper ni formas de extraer recursos de emergencia. Y sí, con todas las ventanas quebradas es fácil que las inclemencias del clima fiscal nos sigan inundando de problemas. Y a diferencia de The Office, no será un simulacro.
  

*Columnista de El Diario de Hoy.