Corriente y normal

Hay demasiadas cosas muy corrientes, en el ámbito político y social, pero poco normales: impuestos a golpe de decreto presidencial, información reservada que no debería estarlo, etc.

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Varios hombres armados, a bordo de un carro del Ministerio de Defensa, arrebataron la camioneta a un grupo de policías. 

/ Foto Por Tomada de redes sociales

Por Carlos Mayora Re*

2016-07-08 8:26:00

Una vez más, esta semana nos enteramos que alguna institución estatal ha negado información requerida; y en este caso no fue a ciudadanos ejerciendo sus derechos, sino a la Fiscalía -en el marco de una investigación judicial-, a quien se le negó el acceso al libro de registros de entradas y salidas de los vehículos asignados a la presidencia… Normal. Podría decir alguien, al constatar que no es el primero ni el último de estos casos. 

Estoy casi seguro de que quienes custodian información en las instituciones del Estado pensarán que –al menos por lo que se ha visto los últimos años- negarse a divulgarla es lo normal… pero, cuando se piensan un poco mejor las cosas, uno cae en la cuenta que más que normal, se está volviendo una práctica corriente.

Normal y corriente ¿son lo mismo? A primera vista podría parecer que sí. Hay una normalidad que depende de la estadística cuando aplicamos ese calificativo a todo aquello que es habitual, por muy extraño o anormal que sea. Sin embargo… Lo corriente, por mucho que se repita una y otra vez, no convierte en normal lo que no lo es. 

Me explico: lo normal es que las personas estén sanas, pero hace unos meses lo más corriente era que muchos estuvieran enfermos de dengue, zika o chikunguña. De la misma forma, lo normal sería que el tráfico en las calles de la ciudad fuera fluido y sin contratiempos; pero lo más corriente es que haya atascos, carros varados, conductores abusivos. Ni en el primer caso, el de la salud, ni en el segundo, el del tráfico, estaríamos dispuestos a admitir que lo corriente convierte en normal lo que no lo es. 

Pues bien, así las cosas, vivimos en un país en el que hay demasiadas cosas muy corrientes, en el ámbito político y social, pero en último término poco normales: impuestos a golpe de decreto presidencial, información reservada que no debería estarlo, instituciones gubernamentales que gastan el dinero del contribuyente despilfarrándolo y sin rendir cuentas, políticos defendiendo sus privilegios e intentando ampliar plazos de sus cargos, funcionarios que a todas luces no han hecho bien su trabajo y en lugar de ser destituidos son trasladados a otra institución, etc.

Esto de normal o corriente, no es solo un juego de palabras. Detrás de lo que nos pasa late un problema: suponer que normalidad y frecuencia son lo mismo. Y no lo es. Hay problema cuando tendemos a pensar que lo más frecuente es lo normal, y a tomar como norma o regla comportamientos que vistos con más sosiego, o encuadrados en una sociedad culturalmente más sana, parecerían absurdos, o –incluso- aberrantes. 

La normalidad de un hecho no depende únicamente del número de veces que éste se repita, o de la cantidad de personas que defiendan unas ideas, una posición ideológica o un valor cultural. Debe haber, y de hecho lo hay, un criterio por el que sopesar la normalidad o anormalidad de lo que sucede. En política se llama Estado de Derecho, los biólogos y genéticos se remiten al ADN, los científicos a las leyes de la materia…
En ninguno de los tres ejemplos, lo que se salga de lo constitucional, de lo genéticamente determinado o de las leyes de los materiales podría considerarse “normal”, por mucho que se repita, por muy corriente que sea. 

No perdamos la perspectiva: de vez en cuando vale la pena parar y preguntarse si lo que sucede, por muy frecuentemente que pase, a fin de cuentas es o no, normal. De lo contrario, con el adormecimiento que lo corriente produce en la conciencia, terminaremos por admitir como “normal” cualquier cosa. 
 
*Columnista de El Diario de Hoy.
@carlosmayorare