No es lo mismo ser pobre que no tener dinero”, me dijo un amigo en una conversación reciente. Sus palabras todavía resuenan en mi cabeza.
Con un poco que revisemos la historia podemos ver cómo grandes naciones han quedado en la pobreza y se han levantado de una forma inimaginable. Alemania, por ejemplo, después de la Segunda Guerra Mundial. Sus principales ciudades fueron destruidas por los bombarderos de los Aliados. El comercio y la industria de ese país cayeron dramáticamente y lo único que parecía crecer era el mercado negro y el miedo a una hiperinflación como la que ocurrió en 1920.
En el primer invierno de posguerra en 1945, el pueblo alemán sufrió muchísimo, ya que la guerra provocó una crisis humanitaria, social y política sin precedentes. Pero ellos pudieron superarla debido a que tenían las capacidades y la convicción de que podían salir adelante haciendo lo que a cada uno le correspondía, y sabían que haciéndolo, el tiempo de crisis iba a ser pasajero.
Luego de este ejemplo, nos preguntamos: ¿qué pasa en nuestro país?
Según la Digestyc, en un estudio de 2013, el 29.6% de los hogares se encontraron en la pobreza. Este dato muestra los síntomas del problema, pero no revela ni las causas ni el problema en sí; porque aunque en el país no se están dando las condiciones para generar empleos, esa tercera parte de la población que se encuentra en la pobreza podría estar generando recursos, tal vez mínimos, pero generando.
Sin embargo, no es así. Lo sería si se tuviera educación y una actitud diferente ante la vida, ya que tendrían un objetivo claro y contarían con las herramientas para lograrlo. El verdadero problema no es solo la incapacidad del gobierno, sino la falta de cultura que tiene su raíz en la deficiente educación.
El resultado de esto último es la desesperanza, uno de los peores males que una sociedad puede tener, ya que pone la autoestima por los suelos y hace pensar que no hay nada mejor; desesperanza que cuando se generaliza termina por provocar un país estancado en la mediocridad, con miles de mendigos. No de esos que están en las esquinas, o en los semáforos, sino miles de salvadoreños que dependen de un subsidio , de un trabajo ganado por activismo político y no por capacidades, de muchas personas que creen que otros les van a resolver sus problemas básicos.
El mejor aliado del socialismo del siglo XXI es una sociedad no educada, ya que aprovechándose de las circunstancias puede tener a su merced miles de mendigos con trabajo y comida regalada y así pueden generar el odio de clases y meter sus políticas populistas superficiales para conseguir votos, engendrando una sociedad conformista.
Los salvadoreños siempre nos hemos caracterizado por ser luchadores ante la adversidad, pero algunos se preguntarán, ¿cómo vamos a tener esperanza de un futuro mejor si nuestra lucha diaria es llegar con vida a casa, y si se puede, con pan a la mesa?
Lo que tenemos claro es que eso se puede y se debe cambiar, pero para lograrlo necesitamos creer que es posible cambiar la situación del país.
Esto nos debe llevar a la búsqueda de un cambio contundente en el sistema de educación, porque la educación es la herramienta para que todos podamos ser autosuficientes y no vivir a costa de una ideología falsa de un gobierno que crea el ambiente de desesperanza y dependencia para alzar sus propósitos. Dicho lo anterior: Yo estoy dispuesto a creer y trabajar por un mejor El Salvador, con más educación, más pensante y, sobre todo, libre y autosuficiente. ¿Y tú?
*Colaborador de El Diario de Hoy.
@juanpatots