Profunda tristeza nos causó la muerte de Luis Salazar Retana, un gran conocedor de las artes plásticas en todas sus manifestaciones: pintura, escultura, arquitectura, como también lo fue de la música.
Escritor y un gran conversador, Luis fue profesor de Historia del Arte en la Universidad Matías Delgado, además de ejercer como decano de la Facultad de Humanidades. Fue conferenciante, organizaba cursos abiertos al público patrocinados por representaciones diplomáticas y otras asociaciones culturales.
Después de graduarse de la Universidad de El Salvador como arquitecto, antes de extrema politización de ciertos sectores en ese centro, Luis viajó al exterior y cayó bajo el embrujo de Italia, su arte y su historia.
Pero además estudió en Alemania, en Múnich, donde se formó en centros de rigor académico y profundidad intelectual.
El resto de su vida fue un continuo aprendizaje y decantación de saberes, experiencias, reflexión y nuevas inquietudes.
Por igual conocía del arte clásico, las escuelas contemporáneas, el arte oriental, lo representativo y abstracto.
Quien esto escribe tuvo el privilegio de introducirlo a la apreciación del arte en sus esplendorosas y caleidoscópicas manifestaciones, a él como a una pequeña generación de jóvenes estudiantes de arquitectura, todos inteligentes, esforzados y estimables.
Se trataba en esos cursos de enseñar a ver, un aprendizaje que se extiende a lo largo de la vida, que en cada momento trae sorpresas y emociones. Luis superó a este su maestro en el conocimiento formal de artistas, escuelas y tendencias del arte de todas las épocas.
Enseñar a ver es lo que Luis continuó haciendo con sus alumnos y con las personas que tuvieron la fortuna de asistir a sus conferencias: ir tras lo que encierra una obra de arte, aprender a valorar las construcciones intelectuales y artísticas en su magia y grandeza.
En la nota publicada el jueves en este Diario se hace una reseña de sus múltiples intereses, del vasto panorama de conocimientos y actividades en las que se involucró.
La historia del arte,
como historia de la libertad
Al igual que Benedetto Croce, el gran pensador napolitano, consideramos que la historia del arte es la historia de la libertad. Es imposible hacer arte sin ejercer una medida de libertad, pues cada obra, aun las que se ciñen a estrictos cánones, reglas, escuelas, es única, es la expresión libre de su creador.
Prácticamente todos los pueblos tienen arte pues son libres para hacer arte, con la triste excepción de los musulmanes cuya religión les prohíbe representar seres vivos, plantas, paisajes, encerrándolos en arabescos y caligrafías.
Gracias a esa excelsa libertad es que tenemos arte que es la expresión del alma de japoneses, chinos, hindúes, alemanes, italianos del Renacimiento, romanos de la época de Augusto, griegos del siglo de Pericles.
Su gran amor fue el arte y la cultura de Italia, su música, sus pintores, sus monumentos, sus catedrales, la majestad de sus paisajes, su melodiosa lengua, su historia tan rica en contrastes, drama, alegría y perenne vitalidad.
A distancia en el tiempo y la geografía, Luis transportaba a sus discípulos y sus oyentes a los milagros que gestaron el Renacimiento, a la obra de Rafael y Tiziano, al arte bizantino de San Vitale de Ravenna…
Nuestro amigo ya dejó sus ataduras terrenales y es parte del reino del espíritu, de la belleza a la que en vida rindió culto.