De imbéciles e idiotas. Historia y actualidad

El 1 de julio, luego de cuatro horas en el vehículo, no pude menos que calificar de idiotas e imbéciles, en el sentido histórico de los términos, a quienes conduciendo como tales, agravaron la trabazón.

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Delegados de la Unidad Contravencional de la alcaldía de Santa Tecla clausuraron el bar "Donde Pepe", frente al parque El Cafetalón.

/ Foto Por elsalv

Por Jorge Alejandro Castrillo Hidalgo*

2016-07-15 7:48:00

La trabazón del pasado viernes 1 de julio será memorable. Desplazarme quince cuadras en vehículo me tomó más de dos horas. La zona del Salvador del Mundo se ha convertido en un nudo ciego que exigirá el trabajo conjunto de las autoridades municipales y de tránsito. Algo deberán ingeniarse para desatarlo. En mi humilde opinión, creo que deberían considerar el retorno al esquema anterior: quienes viajan de San Salvador a Santa Tecla por la alameda Enrique Araujo no deberían circunvalar la Plaza del Salvador del Mundo como está ahora, sino seguir de frente como antes. Un semáforo al final del Paseo General Escalón podría ser suficiente para aliviar el tráfico en ese punto. Quedaría por resolver el nudo que se hace a la espalda del Beato Romero para quienes viniendo de Santa Tecla (para ubicarnos) quieren doblar a la izquierda, entre los monumentos del Santo Patrono y del Beato. 

Pero lo del viernes sobrepasó cualquier estimación razonable. Tardé más de una hora y media para ir desde las fuentes Beethoven hasta el monumento al Salvador del Mundo. Y otro tanto en llegar de allí a la plaza Olímpica (el redondel frente a “La Auxiliadora”). Además, cuando entré a la 63a. Avenida Sur (la que va del Salvador del Mundo a ese pequeño redondel) cayeron del cielo tales guacaladas de agua que Noé habría sentido el llamado urgente de construir otra arca. Pero ni esto habría colmado mi paciencia: aprovecho el trayecto que hago regularmente para ir a dictar “mi clasesita” (como decía mi padre de las suyas), para extrañar a mi madre (siempre la telefoneaba a esa hora) y rezar un poco, pidiéndole a Dios por ellos y porque incremente mi paciencia.

El comportamiento de muchos conductores durante la trabazón me hizo recordar la historia de la educación especial y del surgimiento de las pruebas de inteligencia. Hubo un tiempo en el que la idiocia e imbecilidad no se distinguían de las enfermedades mentales. El escaso conocimiento de la época hacia que se les tratara de la misma manera, mala e inútil, a todas las enfermedades mentales, incluyendo en ellas a lo que actualmente conocemos como retardo mental. No fue sino hasta finales del siglo XIX que se empieza a distinguir entre “la locura” y la idiocia. Cien años hace, apenas, que se creó la primera prueba de inteligencia, gracias a la petición que el entonces Ministro de Educación de Francia formulara en 1904 a Alfred Binet, quien, desde años antes, había venido trabajando en el tema: 

– Indíqueme usted, señor Binet, cuáles de los francesitos que quieren entrar a la escuela van a aprovechar normalmente del sistema educativo y cuáles habrán de requerir –vistas sus disminuidas capacidades- de una ayuda especial. Esto me permitirá hacer un mejor uso de los fondos para los unos e idear un sistema que atienda mejor las febles capacidades de los otros. 

Ni LACAP ni licitaciones que complicaran las cosas. Le soltaron sus francos al hombre para que trabajara y en 1905 entregó la primera versión de las Escalas Binet – Simon, una serie de 30 pruebas presentadas en orden de complejidad creciente y “calibradas” según la edad. Allí se acuñó el concepto de “Edad mental”. Más de una década hubo de transcurrir para que otro investigador alemán, el psicólogo William Stern, estableciera el concepto de Cociente Intelectual. Sí, el famoso CI que tantas páginas y lágrimas ha producido. Y no fue sino hasta 1916, cuando Lewis Terman publicó la Stanford-Binet Intelligence Scale que la evaluación de la inteligencia se popularizó en América. Sepa usted que esa prueba (que ha visto ya varias revisiones), junto con las no menos famosas pruebas de Wechsler, sigue siendo usada y aceptada mundialmente para la evaluación científica y profesional de la inteligencia. 

La lengua es una entidad viva que evoluciona. Ahora los psicólogos clasificamos con otros términos a quienes puntúan por debajo de 50 en esas escalas de inteligencia. Pero el 2 de julio, luego de cuatro horas en el vehículo, no pude menos que calificar de idiotas e imbéciles, en el sentido histórico de los términos, a quienes conduciendo como tales, agravaron la trabazón.

*Colaborador de El Diario de Hoy.